mayo 14, 2013

Gladys en el 5to. Festival de la Lectura Chacao


Entre blancos y verdes, una luz distinta rodea ese espacio de 100 metros cuadrados. Desde La Pérgola camino rumbo a alguna parte y a todas las partes a la vez. Hay mucho que ver. Bajo una sombrilla, una señora con una visera color lila también observa. Su aspecto a leguas es de una turista. Alego cansancio, pregunto por la silla solitaria y solicito permiso para sentarme. La señora, calculo un poco más de sesenta años, tiene cara amable y solo la acompañan una botellita de agua y un par de libros. Adivina mi curiosidad y me dice qué tiene allí descansando en la mesa: José Saramago y Henri Miller. Ensayo sobre la ceguera y Trópico de Capricornio. Me sonrío. Se sonríe ella. Me pregunta si soy venezolana. Ella, me dice, nació en Chile y viene con regularidad a Caracas a visitar a su hija, al igual que visita La Florida, Ibiza y Berna donde reside el resto de su prole dispersa. Se llama Gladys Montabone.
A propósito de literatura, empieza a conversarme de sus gustos. De hablar melodioso, la supongo una abuela poco común. Me dice que nunca había leído a Saramago y de Miller, dice, que se debía el libro que le robaron de su pieza cuando se mudo de residencia a los 23 años. Entonces, por un lado una lectura como la primera vez y, por el otro, un libro como el reencuentro con un viejo amigo, le digo.


La gente va y viene en un número cada vez mayor, es el octavo día y parece que la afluencia al comenzar la noche se acrecienta. Me hace una pregunta, pero no le escucho muy bien; una voz de mujer en el micrófono anuncia o canta o dice algo indescifrable. ¿Por qué vienes aquí?, repregunta. Mientras pienso para responder, ella me hace una revelación. Ha asistido a muchas de las tertulias que se han dado hasta la fecha y en todas, me dice Gladys, la gente le pregunta a los escritores lo mismo: qué leen, cuáles son sus influencias, por qué escriben y qué libros recomiendan. Para ella, es como si una ausencia de brújula acuciara a los visitantes de la feria. Pienso algo así como guíame, indícame. Agrega, que está en el país desde hace varios meses y asistió a la otra feria del libro. Me dice que a partir de ahí solamente ha visto una ciudad tristemente escindida. Lapidaria, la frase me queda dando vueltas.
En la quinta edición del Festival de la Lectura de Chacao no había propaganda inundando cada espacio, no había voces altisonantes recordando gestas inmemoriales. Solamente era reunirse por el placer de hojear páginas repletas de escritores con cosas que contar. El placer de leer, más que un lugar común, demostró que estamos ávidos de conectarnos con los contadores de sueños. Sencillamente caraqueños que querían descubrir otras historias, recrearse en otros tiempos, adivinar nuevos ambientes. Los asistentes fueron serpenteando los metros de exposición encontrándose con gente amiga, aquella que escucha por radio o ve por televisión. La vía del encuentro era compartir gusto por el buen decir. Recitales, tertulias, conversatorios, demostraron que nos gusta establecer diálogos y nos reconforta ser escuchados porque  tenemos mucho que decirnos. Toparnos con alguien desconocido, por ejemplo, y a propósito de cualquier cosa encontrarnos en la sensibilidad. Tal vez la señora Gladys que ha andado en mares distintos, nos vea sin instrumentos. Quizá nos falta más ver las estrellas y aprender a leerlas con un sextante. Olvidarnos de los avances, rescatar la navegación astronómica y empezar a visualizar un horizonte radiante.

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