octubre 23, 2014

"Performance hamponil"

Él va a la universidad todos los días. Ahora no puede usar su carro porque un imprudente lo chocó y la reparación depende de los repuestos que no están disponibles... Usualmente le dan la cola de ida y regreso, pero en otras ocasiones toma el Metro. Ya se ha vuelto un triste experto de "la realidad misma venezolana".
Hace dos semanas lo robaron dos veces en el mismo día: primero en el tren le sacaron el celular de su pantalón y después, debido a un inconveniente con el servicio subterráneo, asaltaron el carrito por puesto o buseta donde iba y le quitaron su cartera. Eran cinco: tres hombres de mediana edad, una mujer (o algo parecido a un hombre con pechos escondidos) y un muchachito de no más de ocho años. Se subieron al comienzo de la avenida Libertador y a los cuatro minutos, estaban ya mostrando cuchillos y navajas. Violencia en el hablar, amenazas por doquier y odio, mucho odio.
Ayer a la 1:30 pm entre las estaciones Sabana Grande y Chacaíto en el vagón donde iba, entraron tres sujetos armados con pistolas. Mientras uno amenazaba a los usuarios de "un pepazo" si tocaban la alarma, los otros tomaban las pertenencias, apurados, visiblemente exaltados. Tuvo buena suerte él, estaba al otro lado del vagón y cuando estaban llegando a su posición, el tren arribó a la estación, se abrieron las puertas, salieron los maleantes tan enloquecidos como entraron y se armó el escándalo.
Ahorita, apenas hace quince minutos, exhala decepcionado y cuenta... En la estación Teatros se subieron al vagón tres mujeres, empujando más de la cuenta entre la congestión habitual. Esta vez él se percató del modus operandi -el que usaron seguramente para robarle su teléfono-. Entran entre el apretujamiento, se ubican al lado de personas del mismo tamaño o estatura, se mueven con exageración como si los estuvieran empujando, ubican las manos en los bolsillos de los usuarios atentos "al bululú". Trabajan conectados, todo es a través de miradas precisas. Lo diferente es que hoy a "esas bichitas" les salió mala la jugada. La muchacha universitaria que también se percató de la "performance hamponil", dijo a viva voz: "¡Verga, ¿me vas a robar?!" Las cómplices se movieron como si desconocieran a la aludida. Se hizo un momento de alerta común y ya todos en el vagón estaban en modo dispuestos a lo que viniera... Una turba siempre tiene las de ganar...
Lo decepcionante, diecinueve y veinte años, universitarios que se acostumbran a este modo de vivir. Pensar en futuribles cuesta. Pero insistimos, esta realidad es paralela a la que llevamos en nuestro ánimo. Seguimos aquí, así sea quejándonos.

agosto 07, 2014

De Catia, el aceite de oliva y dudar en 1a. persona

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Ayer fui al mercado de Catia y me reencontré con cosas que no veía hacía muchísimo tiempo. Una gallina muerta, limpísima y con sus huevos mostrados como joyas refulgentes. Lengua, riñones y sesos. Alitas, pescuezos, patas. Un platillo con ojos de ganado y el recuerdo inmediato de mi tío tomándose una bebida con malta, huevo y uno de esos globos negros. Se conectó mi memoria sensorial con olores diversos, el cilantro, el ají; la ruda y la canela; pescado fresco y carne ahumada, muy conocidos pero envueltos en otra atmósfera. 
Cuando era pequeña acompañaba a mi tía a este mercado. Invariablemente el puesto de queso, la señora que vendía velones; el carnicero que le echaba flores y ella que le peleaba por la calidad y los precios. Ir de un lado a otro, sin explicación de porqué y para qué. Yo era una compañía que no hacía preguntas. No sé porqué no se les explica a las mujeres en formación cómo se hacen las compras. Esa materia siempre quedó pendiente en mi generación. Uno aprendía solo viendo, y supongo que reflexionando luego, con el paso de los años. El caso es que miraba a la gente sentada en el bulevar, risueña; otras personas haciendo cola, pero no observé nada ni extraño ni peculiar. Un día más en la vida de miles. Me pareció que nada había cambiado. 
Adentro el puesto de empanadas conocido y el mismo olor a guiso encebollado. Pareciera que la sazón es inmutable. Los pasillos medianamente despejados, la sucesión de puestos de frutas con sus tizanas peleando entre catadores consumados. El señor del casabe, enorme entre ese espacio mínimo donde guarda torres crujientes. Neveras repletas de queso y charcutería. Diferentes cortes de carne; cerdo en todas sus formas; productos del mar diversos. Precios como en otros lados. Hice un recorrido buscando aceite de oliva, ese era mi objetivo en verdad. Después de semanas sin conseguir en los supermercados de mi zona, pensé que ir al otro lado suponía obtener lo que quería en un espacio "donde no falta nada" (conocidos dixit). Allí, preguntando por la oliva virgen sí estaba la frase recurrente de "no hay", y en aquellos dependientes que tenían, el sobreprecio era abusivo, considerando un "mercado popular". Un señor "me mandó a La Candelaria donde los españoles, que sí usan eso". Finalmente compré dos botellas de un producto venido de Siria, más vale y por si acaso, me dije.
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Entre el bullicio de la gente y el ir y venir de cargadores, esa estructura antigua sigue idéntica. Me parece que renovaron la pintura. No hay basura alrededor, ni pedigueños a la vista, al menos. No vi el cliché que cubre a estos espacios de la otredad para muchos (una vecina me llamó atrevida por decidir ir a Plaza Sucre, pero aclaró -condescendiente ella- que al menos yo "me mimetizo". Wow!). 
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La ciudad dividida y las fronteras mentales ondeando siempre. 
Dudo que avancemos Sancho.

julio 15, 2014

La cola sigue...

Para aquel que cada mañana se despereza y se alista a cumplir con su misión de vida, tomar la calle se convierte en una suerte de carrera de obstáculos. Los hombres y las mujeres que trabajan por este país hacen peripecias para obtener lo que desean. Es así, entonces, que nos hemos acostumbrado a ver (en el peor de los casos –participar en-) enormes colas para apropiarnos de un producto que se nos hace urgente. Hemos cambiado nuestra manera de entender el proceso de mercadeo. Ahora se compra urgido por una fuerza que nos impulsa a sentir que estamos en sobrevivencia. Debemos tener ese kilo de harina, ese desodorante aerosol, esa cajita de hisopos. Y no hay espacio para la burla o la crítica. En la escasez todo es vital.
Se escucha o se lee a buenas gentes señalando a los que gastan horas para llevarse un producto que, tal vez, no veían en semanas. “Pagados por el gobierno”, “bachaqueros”, “le hacen el juego a este desastre económico rojo”… en fin, comentarios dejados por allí, soltados como un estornudo… habría que saber si esos criticones de oficio compran sin problemas, van a cadenas de supermercados repletas de productos en una suerte de viaje al pasado feliz de estantes y anaqueles variopintos.
Me quedo con la duda, mientras debo encontrarme con mi mamá que estuvo tres horas esperando por una lata de leche, no conseguía hace dos meses.
La cola sigue, como la mala fe, mamá dixit.

junio 27, 2014

Una ciudad y la oscurana

Un apagón de tres horas. Multitudes pedestres sobre aceras, en las calles, traspasando a otras multitudes en vía contraria. Nadie detuvo el tráfico, cerró una calle, se apostó frente a un ministerio, acudió a la sede de Corpoelec. No. El habituarse al mal hacer, el desinterés, el acostumbrarse a andar en la ciudad en la piel de un sobreviviente y agradeciendo a Dios el milagro de la vida por 24 horas. Así se vive en mi ciudad, en mi país todo. Padecemos el peor gobierno de la historia republicana y nadie parece preocuparle la ineficacia de los servicios públicos. Somos muy subdesarrollo al estilo patrio; mucho egoísmo y apatía hacen vida en esta tierra de gracia.
Desde Plaza Venezuela rumbo a Los Ruices solo se veían motos taxis sorteando a peatones que iban como zombies. Un apagón, normal. Un asesinato en camionetica, normal. Unos alimentos que no se consiguen fácilmente, normal, pues, es la expresión simplista de un ciudadano que no se estima en su justa valía. Nos hemos convertido en un conjunto de rémoras y absorbemos apenas, mientras nos lo permita la corriente. No hay más allá. Nadie sabe nada. Una partida de desalmados, eso somos. No hay espíritu que combata esta ignominia gubernamental.
Desgraciado gobierno que no quiere a su país. No nos merecemos esta infamia.

junio 17, 2014

Ciudad con pronombre posesivo

¿Se puede dejar de querer a una ciudad? ¿Acaso es fácil dejar atrás ese amor citadino como si fuese un amante caído en desgracia y olvidado?
Andar por las calles recordando lo que fueron, hace la mitad de tu vida. Buscar entre tus recuerdos agotados esa plaza, aquel café; la acera más amable, aquel pequeño refugio entre el hormigón que acurrucaba a los besos de los novios escapados del liceo.
¿Se olvidan las ciudades que te vieron crecer? Francamente no lo creo. Son parte de tus años, lo que te hicieron humano y no concreto. Nuestra ciudad conforma nuestro color de piel, la textura de nuestras plantas de pies; ese rasguño de un árbol cualquiera, un viejo raspón de un carrera mal hecha en el campo de juego que era tu calle. El polvo en las mañanas de mayo, la lluvia sorpresiva, el aroma a tierra mojada. La tarde y el olor a la cebada de la cerveza, el ajo frito en aceite de oliva, lo impreciso en las salsas de un perro caliente.
No dejamos de querer nuestra ciudad. Solo que la llenamos de melancolía y la metemos en nuestra valija junto con el nombre propio y el apodo, la cédula de identidad y el recuerdito del bautizo. 
Ciudad con pronombre posesivo.
Simplemente hacemos espacio para la otra, la que nos corteja, la que nos acoge.

junio 01, 2014

Mi franela roja

El viernes fui a mi trabajo con una franela roja con un dibujo en negro de las típicas imágenes del bambú asiático. Nadie reparó en las líneas delgadas y gruesas a manera de leves brochazos, reproducción de, tal vez, una ofrenda que un viejo sabio, con pincel y tinta, buscó hacer al árbol que veía desde su tatami. No. Era solo "estás roja-rojita" la expresión cliché escuchada toda la mañana.
Digerí el comentario. Lo dejé pasar.
Hoy tomo la consabida franela de la silla del cuarto y como iba a pasear a mi perro decido ponérmela. Me crucé con vecinos y con gente que iba al parque. Indefectiblemente, la mirada iba a la franela, luego a mi cara, por último, al cuadrúpedo feliz a mi lado. Podía leerle sus frentes -cual teleprompter- (obviamente no puedo, pero la alzada de cejas y el cuchicheo estaban allí), hasta que el señor del quiosco, repitió la consabida frasecita.
Sonreí... pero con lástima.
Alguien en mala hora "decidió" apropiarse no solo de un país, sino de un color. Lo más triste es que van quince años y todavía sigue habiendo gente que asumió que el rojo era de un bando, de una banda, diría yo.
Me irrita que haya millones de tontos que insisten en seguirle el juego a este gobierno nefasto. Tengo varias franelas rojas, un vestido corto, otro vaporoso, en fin, un guardarropa en estado de excepción.

abril 15, 2014

Ciudad dicotómica

En estos días se me hace difícil escribir. Al menos hacerlo de la manera correcta, bajo el ánimo preciso. Pero escribir también es un acto de exorcismo y dejo los demonios -al menos los imaginarios- entre el basural de las calles y digo...
Siempre me ha gustado mi ciudad, siempre me he sentido plenamente caraqueña. Me he jactado de conocer parroquias que muchas de mis amigas no pueden ubicar en un mapa de manera precisa. No tengo problema alguno en montarme en un jeep, o en una camionetica o en algún casi extinto autobús de rutas del oeste. Pero cada vez más, como una costra que nos levantamos sin querer, me incomoda mi ciudad. Siento una pequeña punzadita, tirante y a punto de rasgarse bajo la piel de mi ciudad. 
Duele saber que no podemos caminar por cualquier calle, que en muchos lugares no somos bienvenidos, o peor todavía, que somos vistos como enemigos. 
¿Cómo se hacen crónicas de una ciudad dividida en guetos? ¿Acaso hay que disfrazarse "monocromáticamente" para poder andar por avenidas, plazas, bulevares y sectores donde no somos habituales paseantes? Entiéndase, sacando la inseguridad, el desasosiego y el vivir en modo alerta roja todo el tiempo. Caminar, pasear, reconocer espacios hace tiempo transitados, a eso me refiero.
Claro, soy de un lado, me paro en la acera contraria, no soy riel de producción ideológica en masa, tampoco carril de alienados. Por eso no puedo andar por las calles que me vengan en gana. Quizá sí puedo... tal vez soy simplemente una temerosa del expresado amor fraterno... fratricida...
Basta con que alguien me vea alta, morena y de pelo rizado para sentirse conectado conmigo, me digo. Entonces me veo caída en clichés, los que critico, acérrima. Recuerdo ese cuento de Michaelle de un albañil que le dijo que llamara a la dueña de la casa, porque una negra en urbanización de vieja alcurnia no podría ser la reina de un apartamento de lujo... fue una presunción de ella, me digo... un malentendido a manera de chiste... pero a mí me han visto con recelo, lo he sentido... de ambos lados de las aceras. 

Se nos ha sacado lo peor de nosotros. Hemos sido un nuevo Zumaque, donde se ha reventado el país fluyendo odios, resentimientos, envidias e intolerancia. Estamos en una especie de ajuste de cuentas anónimas como si fuésemos todos culpables de los cambios vertidos por décadas. Estamos en una ciudad dicotómica, una ciudad de desencuentros. 
Hay calles del oeste que no pisaré en mucho tiempo -no me gusta eso de nunca jamás, pero sé que hay amigos que no visitaré en sus casas nuevamente, ni iremos a buscar "unas frías" cerca. Sitios donde no volveré a disfrutar de la rica acemita dulce, o de la perfecta chicha andina, ni hablar del mejor pan pita de la ciudad. 

Prefiero creer que debo esperar la nacionalización del sentido común, el respeto, la tolerancia y la solidaridad.
Hasta entonces...


marzo 18, 2014

"Notas del malestar"

"El ser humano no es un ser manso, amable, a lo sumo capaz de defenderse si lo atacan, sino que es lícito atribuir a su dotación pulsional una buena cuota de agresividad. El prójimo es una tentación para satisfacer en él la agresión, explotar su fuerza de trabajo sin resarcirlo, usarlo sexualmente sin su consentimiento, desposeerlo de su patrimonio humillarlo, infligirle dolores martirizarlo y asesinarlo." Sigmund Freud, en El malestar en la cultura.

No sé cuántos acuden ahora al psiquiatra, pero hace un tiempo leí un reportaje en un diario que hablaba que los caraqueños estaban posándose cada vez más en algún diván para aliviar pesares. Tal vez tú, que estás leyendo esto, no has pensado ir a un loquero -llámese psicólogo, terapeuta, psicoanalista. Quizá tú con tomarte tres cervezas, echar dos mentadas de madre al aire y despotricar por las redes sociales, tienes. Sería estupendo que con tan solo contemplar ese cerro magistral que nos cuida de vendavales, esa alfombra verde que nos aquieta la vista, pudiéramos encapsular la desazón que significa vivir hoy en esta ciudad, en este desquiciado país.

¿Se han dado cuenta que han "florecido" los movimientos de paz relacionados con prácticas de meditación, yoga, vigilias, charlas espirituales? Hay una población cautiva que espera mensajes de optimismo, que anhela campañas motivacionales que le lleven a pensar que todo estará bien... en algún momento. Junto con esto también pueden verse las "propuestas" de astrólogos, tarotistas, videntes y toda suerte de veedores de suertes ajenas. Hay que creer en algo. No olvidar que somos un país creyente, en toda la riqueza de ese adjetivo.

Lo cierto es que nos sentimos mal. Percibimos el mundo en una dicotomía constante: nosotros, los otros; los buenos, los malos; la verdad, la mentira. Estamos profundamente divididos, incluso dentro de nuestra propia mente, en una suerte de persona con dos seres minúsculos -uno en cada hombro- que nos susurran acciones a emprender positivas o incorrectas. 

No sé qué hará cada quien con lo que siente o con la manera cómo percibe su mundo, su país, pero solo puedo contribuir con las palabras de expertos en la psique, aquellos que escuchan a otros, escudriñan sentires, se atreven a hacer diagnósticos y enrumban a sus pacientes hacia vías de salud mental. En nuestro país, en nuestra Caracas hay uno de estos conocedores. He aquí sus "Notas del malestar":

"La hostilidad del ser humano hacia el otro es constitutiva de la esencia de lo humano, lo que plantea serias dificultades para el establecimiento del lazo o vinculo social.

Es conocido el ejemplo de los puercoespines de Schopenhauer para esclarecer la dificultad que tenemos los seres humanos para relacionarnos con los otros. Un día de invierno hacía mucho frío y un grupo de puercoespines sufrían en sus cuerpos las consecuencias de tan baja temperatura. Necesitaban procurarse calor, para procurárselo se acercaban unos a otros, sin embargo las espinas de los vecinos molestaban demasiado y debieron separarse. En un segundo momento intentan de nuevo la misma maniobra de acercamiento, resultando la misma situación de alejamiento. Al final la necesidad imperiosa de conseguir algo de calor los obligó a encontrar la distancia conveniente entre uno y otro para así ayudarse mutuamente, dando y recibiendo calor. 

La hostilidad o agresión inicial de los puercoespines puede ser equivalente a la de los seres humanos, necesitados de la ayuda de otros para fines comunes, incluso de sobrevivencia. Basándose en la agresión de un ser humano para con otro se establece lo que Freud llamó "el narcisismo de las pequeñas diferencias".

A partir de las posiciones narcisistas asumidas por un grupo o conglomerado se constituye la matriz fundamental de los fenómenos de violencia, desprecio, agresión, segregación y exclusión. Tales posiciones conforman la expresión de una pulsión destructiva que llega a ejercer efectos devastadores en el plano social.
La manera de contrarrestar estos efectos pueden ser extraídos del apólogo de los puercoespines. Es necesario acercarse, establecer una distancia prudencial con el otro, para poder sobrevivir, no solo como sujetos sino también como país.

Se impone en este momento de serias dificultades poder trascender más allá del "narcisismo de las pequeñas diferencias". Dejar tanto la soberbia como la fantasía delirante. De no lograrse este objetivo común, la destrucción de unos contra otros se presenta como indefectible." Dr. Ronald Portillo


febrero 26, 2014

Hacia atrás y alerta


Mi calle amanece así. Van dos días de barricadas. Los lunes son domingos y los ánimos parecen saltapericos. No hay conciliación, no hay acuerdos. Vecinos que se disputan. Insultos, bumeranes de un mismo color. La oposición, la guarimba, la derecha, solo términos vacíos que dejan claro la flaqueza de no tener un rumbo cierto.
La única verdad que podemos esgrimir todos, en ese plural tan manido de una acera a otra, es que la ineficacia del gobierno nacional es demasiado evidente. Son política de Estado la zozobra, la escasez, la incertidumbre y el miedo.
La educación es la vía, pero en estos tiempos, va de retroceso, en contravía y con el motor apagado.


febrero 15, 2014

Solo falta luz...

Quería dibujar una bandera. Iba a colorearla y solo tenía dos colores. Supongo que porque es mucho el ruego para la paz verdadera y mucha la violencia que nos viene tiñendo. 
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Humanizar la calle, eso quisiera y que ella, la testigo presencial me contará -yo con el corazón fuerte y las tripas apretadas- cuánta fibra ha vertido cada hijo parido por una madre, cuántos miedos se han desvanecido bajo las nubes. Me aterra ponerme en los zapatos marca Converse de los atrapados por botines de hierro. Me aflijo por todas las casas vacías, repletas de tristeza hoy. La empatía duele. Imagino la onda expansiva en esos hogares, ir del pesar a la ira, del terror a la aflicción. Estamos en Caracas, un valle de lágrimas.
Me paso los días pegada a la computadora, no en afán "workaholic", sino en modo ciudadana activa: leyendo, investigando, denunciando, transmitiendo mensajes. Usando el poder de las redes sociales para, desde mi pequeña trinchera virtual, hacer mi parte como venezolana ajustada a ley, creyente en su constitución, libre pensadora y, sobre todo, respetuosa de la justicia.
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Marchar es parte del ejercicio democrático que todo venezolano debe ejercer hoy. Asistir a las asambleas, ir a las concentraciones. Divulgar por medios creativos lo que explota en el país. Ser un agente de cambio para el desenmascaramiento de este régimen funesto. Hoy, más que nunca, no queremos diferenciarnos, deseamos ver con los mismos ojos. Así, poder criticar las paupérrimas condiciones que sufrimos todos los que andamos a pie; en automóvil, en autobús o carrito por puesto; en Metro o en un jeep de ruta troncal. Seamos A, B disminuidos o desmejorados C, tenemos la necesidad de propiciar -desde nuestra ciudadanía- espacios para la concordia, el disenso, el reencuentro.
Creo que no es tiempo de amalgamar por colores. Debemos ensartar voluntades, variopintas y diversas, pero centradas en reconocer que estamos muy mal, que Venezuela no es Caracas, y que en el interior del país, la penuria es capital.

A esta hora son muchas las calles alteradas. La suciedad viste de verde. Un vulgar mostacho es solo parapeto. Yo, por el momento, solo espero equilibrar mis tres franjitas dibujadas, solo falta un color, solo falta luz...

febrero 01, 2014

¿Dónde busco las buenas nuevas?

Este espacio lo creé pensando en eso que hago continuamente: disfrutar Caracas de un lado a otro. En este transitar sin tacón, cómoda de apremios y atenta a mi alrededor, intentaba percibir el lado amable de mi ciudad natal. Yo que nunca he migrado, veía un panorama estupendo al intentar hacer crónicas desde el optimismo de vivir con el Ávila en primer plano, esa franja verde que se mantiene como mi conexión con el arraigo patrio.
Buscaba, entonces, escribir sobre gente que vivía como...

enero 11, 2014

País forúnculo

En Caracas todos tenemos afán por contarnos historias. En todos lados escuchas a alguien echando un cuento... de asalto, de secuestro, de inseguridad, de desabastecimiento, de muerte. Nos hemos vuelto expertos en dar malas noticias. Nosotros, hijos putativos de grandes escritores, intelectuales y poetas, solamente parecemos regodearnos en relatar historias de angustia. Facebook y Twitter se han convertido en ...

enero 04, 2014

La cuadra y nadie

La cuadra está vacía. Una oración simple. Informa tan solo un detalle. Podría -o quizás debería- ampliar la idea, construir una oración compleja y extender lo que esta soledad implica. No es fortuito que nadie camine por estas calles, las de ahora, las maniatadas por la inseguridad. Es sábado en la noche, es cuatro de enero, es normal, es... en fin, las excusas de esto a lo que nos hemos venido acostumbrando. Ya nadie desea caminar por sus cuadras, ni siquiera por...