diciembre 13, 2015

Ya no tan blondas cabelleras

Fue a la cuarta vez durante esta semana, en el cuarto carrito por puesto que tomaba, que me percaté del elemento común: la mayoría de las mujeres tenían el cabello sucio. 

So pena de parecer frívola, es un factor muy significativo en estos tiempos en mi país. Siempre hemos testificado que, en general, la mujer venezolana está atenta a su cuidado personal. Esa mujer, la común y corriente, la del Metro, jeep de ruta troncal y buseta, se caracteriza por su coquetería. Eso de "primero muerta que sin maquillaje y pelo sin alisar" era usual escucharlo en conversaciones espontáneas de algún asiento de transporte público. Por eso esa constatación del aspecto en varias mujeres, aleatoria muestra del actual estado femenino en la ciudad, me pareció, digamos, interesante de analizar.

Unas eran de tez blanca, otras de ese tono achocolatado que llamamos "trigueño", morenas, en fin, la paleta del mestizaje distribuida cómodamente entre el bullicio del vallenato, Rocío Dúrcal lacrimógena o un set inacabable de "salsa pa' lante". Yo desde el último puesto observaba esas hebras grasientas, sujetas, apelmazadas entre ganchos descoloridos y colitas insignificantes. Los cabellos, de color negro, con mechitas doradas, algunas en un rojizo desteñido, otras con canas desinhibidas, tenían en común un aspecto descuidado. Era notoria la ausencia del champú, la cremita para peinar, las gotitas de brillo. 

Desde el asiento ubicado más alto que el resto podía ver la figura completa de cada mujer. Y no, no iban mal vestidas, no. Algunas tenían ropa sencilla, deportivas otras, pero un par estaba de vestido de bonito corte, falda planchadita, cartera y zapatos a juego. Esto no era desatención capilar, no, era un ejemplo de cabellos sometidos al rigor de la precariedad.

Miré a la calle, observé rápidamente tras las ventanas las aceras a ver si veía cabelleras al viento, libres de ataduras, manos que batieran largos azabaches o se cambiaran de lado oxigenadas hebras, y nada. No vi rizos, ni alisados, ni planchados, ni Keratina que valiera la pena destacar. 

Y allí seguí, pensando en lo mustia y desaliñada que están las cabelleras en mi ciudad. ¿Será que se conseguirá todavía el tratamiento de Kérastase?

noviembre 18, 2015

No, aquí no

A mi ciudad no les gustan los recuerdos. No existen aquellas estructuras que en otros países se mantienen para hacer del ciudadano un sujeto apegado a su Historia. En comparación, monumentos luctuosos sobreviven pocos. Nos gusta recordar el día de fiesta, el jolgorio y las comilonas, pero las enseñanzas que deja el pesar, no. Nos gusta la historia en minúscula.

Esa cárcel de los tiempos de Gómez, ese edificio que ocultó la ignominia de una dictadura en el siglo XX, no, no es del gusto de mi ciudad. Aquí no se escarban las heridas. Las costras se aglomeran y nadie sabe cuál es el origen de la primera.

Pueden, no obstante, descubrirse paredes con consignas del tiempo de la guanábana. Afiches descoloridos de otros caudillos de la mentira que persisten en calles repletas de basura y con olor a orín fresco. Lo significativo es que sigue estando rancia la política en mi país y el viento sopla muy poco.

En la plaza los ancianos no desean hablar. Ni del pasado ni de hoy. Ante la cercanía de una libreta o un grabador sienten aprensión. Dicen que no puede confiarse en nadie. Los tiempos han cambiado, dice un señor con cara de pasita, su compañero de banco riposta, no, son los peores recuerdos presentes que podemos estar viviendo.

Alguien me cuenta de una calle en Los Teques donde la Seguridad Nacional hacía correr a ladrones. Los obligaban a subir una larga variante de una vía que nunca llegó a parte alguna. Allí disparaban contra esos cuerpos dinámicos, llevados por la adrenalina del miedo. Las culpas se lavaban con sangre.

Otra voz se asoma quedamente y me dice nombres completos de gente que desapareció porque eran blancos y a los dictadores y a los rojos, no les gusta la gente que lleve la contraria. 

Las miradas asumen un complot. El silencio se impone. Por el frente ha pasado un par de hombres vestidos de verde.

Conversar en la plaza no, aquí no. Todos somos blanco del gobierno.

noviembre 01, 2015

GNB en el mercadito de LPG

Cada sábado desde hace algo más de una década se abren los toldos en el mercadito de Los Palos Grandes. Una hilera de tarantines donde se puede desayunar, hacer las compras semanales, departir con amigos y vecinos se extiende a lo largo de más o menos 150 metros en la tercera avenida, entre la Francisco de Miranda y la primera transversal.
Comenzó siendo una cuadra para la venta de frutas, quesos, verduras y libros, pero con el paso del tiempo se añadieron puestos de pescado, pollo, carne, ropa y bisuterías. Se convirtió en un espacio para obtener casi todo lo necesario para satisfacer paladares y preferencias.
El ambiente de cordialidad. La seguridad y la limpieza garantizadas. El orden, un sello a juego con la zona.

Desde las 6 de la mañana se pueden conseguir sonrisas amables, gente dispuesta a brindar un buen servicio, variados productos nacionales de calidad, mucha buena vibra que insistimos en mantener los vecinos, a toda costa, a pesar de todo...

Este sábado, como siempre, las filas para comprar estaban animadas, lo usual... gente poniéndose al día con las noticias, criticando la bulla de las fiestas de Halloween, quejándose de los precios en alza, hablando de los planes para el fin de semana, todo ese bullicio variopinto de una comunidad que se conoce e intenta hacerse un día agradable.

Los dos uniformados llegaron a uno de los puestos de verduras. Uno, alto -tal vez un sargento- con chaleco, el otro de menor tamaño con traje de campaña. Yo, al frente, en mi fila para comprar carne, veía sus movimientos. Inspección del lugar, darse cuenta con quién había que hablar, dirigirse a una esquina, esperar. El pequeño se separó, el otro con el chaleco de "Guardia del Pueblo", se acercó al que fungía de encargado del puesto y pasados tres minutos, recibía una bolsa con papas, zanahorias y unos trozos de verduras. Pensé en voz alta: Ya consiguieron para la sopa. Una vecina me escuchó, ella también se había percatado del guardia. Otros más atrás también estaban viendo el modus operandi de este representante de la divisa de honor. Todos comentamos asqueados. El enano verde infausto se había perdido de la escena hasta que lo vimos acercarse con un cartón de huevos. Ya éramos varios en la cola que nos dábamos cuenta del cobro de la vacuna que estaba sucediendo frente a nuestros ojos.

No tuvimos que esperar mucho, ya tenían las vituallas, necesitaban las presas, por supuesto, en Venezuela "sopa ciega" ni en el regimiento más recóndito. El de mayor rango se acercó al dueño del puesto de carne, una conversación donde solo uno habla, luego, una movida entre los carniceros ocupados, susurros, miradas cómplices, acciones rápidas, y ¡zas!, salió una bolsa de buen tamaño.

Los que seguíamos en fila nos miramos, sonreímos, comentamos con sorna. Nada ya nos podía sorprender: actualmente un uniforme militar es una marca de afrenta en nuestro país. Teníamos un deseo de escupirles improperios, pero era suficiente ser testigos de la podredumbre de esas dos sabandijas. Llegaron al mercadito y desentonaron de inmediato, tal cual malandros, pero con insignias y nombres bordados en el bolsillo.

Fui atendida, tomé mi pedido, continué con mis compras. Al rato, solo para constatar una idea que tuve, me fui hacia la avenida Francisco de Miranda, al final del mercadito. Allí los pude ver montándose en una moto Scooter. A los dos representantes de la ignominia militar siete bolsas les conté. El parrillero llevaba incómodo cartón y medio de huevos. Arrancaron como cualquier hijo de vecino. Hicieron un giro y se fueron rumbo al Parque del Este, como me imaginé, de seguro al Destacamento 52. 

Vendrán más sábados de compras, seguiremos disfrutando de ricos desayunos y productos fresquísimos, pero lamentablemente ya sabemos que tendremos que ver cómo pululan moscas y gusanos, verdes, bípedos y despreciables.




agosto 06, 2015

AEB y Eugenio Montejo

Una cuenta en Twitter recuerda el natalicio de Andrés Eloy Blanco y de inmediato, mi memoria me suaviza el día con un recuerdo gratísimo: 19 de julio de 2004, 10:00 de la mañana, último piso del Centro Cultural Corp Group. Inicio de la XI Semana de la Poesía. Pauta: taller de dos días con el poeta Eugenio Montejo. 
La sala con poca iluminación, poquísima gente, el aire acondicionado frío. Alguien entraba y salía, alguien ajustaba el micrófono; agua, copa, detalles de logística de último minuto. Alguien presentó, alguien leyó unas notas grises, alguien se encargó del rigor de la apertura del evento. Era un taller sobre poesía.
Todos los detalles previos, tan recurrentes dentro de la gestión cultural, son solo un parpadeo, imperceptible y sin importancia, respecto a la calidez que íbamos a recibir durante esas dos mañanas de amor absoluto a la palabra.

Tras un saludo cortés y caballero, el fraseo sosegado y la voz íntima del poeta Montejo pareció oscurecer aún más el ambiente... esa intimidad en su decir, ese amable y generoso gesto de quien parecía no querer interrumpir los pensamientos de los que absortos le escuchábamos. Yo sentía que estaba presenciando a una figura enorme, fulgurante, que había descendido de alguna parte divina y estaba allí, tan cercana. 
Veía a un ser timidísimo que se acomodaba los lentes como si quisiera, en realidad, ocultarse la cara. Este hombre magnífico, pulcro y de maneras antiguas -como el sombrero que usaba con frecuencia-, iba del recuerdo de su ciudad natal, su niñez y su padre, a la remembranza de los panaderos y esas enseñanzas de la temprana hombría. 
Nos hacía ver a través de su relato, la pericia y el juego que demostraban las manos de los panaderos. Podíamos recrear esa imagen de la harina planeando en el aire hasta inundar todos los espacios y esa mirada de niño cautivado ante la sencillez de los aprendizajes primeros. 
La suavidad de su voz nos llevaba a sentir ternura por ese, el más noble oficio de los tiempos, al cual el poeta había aprendido a ver en sus instantes más sublimes y había sido capaz de asimilarlo como oficio de vida propia y razón de nuestra presencia allí: el Taller blanco.

Creo -recordando esas dos mañanas- que toda la explicación, a manera de justificación de qué lo llevó a realizar el concepto del taller (luego libro futurible), todo sobre técnica y consejos posibles, de sugerencias y maneras de ver, quedó eclipsada cuando habló de leer poesía como acto de fe, de leer a otros poetas, muchos poetas, todos los poetas posibles y se refirió a uno de sus preferidos. Pasó a tomar el libro, abrió las páginas y comenzó a leer. 
Hasta  ese momento yo estaba solo cautivada por ese poeta renombrado y que era carne y hueso frente a mí, pero presenciar cómo se le quebraba la voz, cómo se llevaba el puño izquierdo a su boca intentando contener su emoción, cómo respiraba entrecortado y al final, lograba retomar las líneas de cierre del poema, jamás podré olvidarlo. Allí la sensibilidad de este hombre delgado, casi deseoso de pasar desapercibido, de mirada directa y esquiva a la vez, me subyugó para siempre.

Pesadilla con tambor  Andrés Eloy Blanco

Juanchito...
Anito...
Silverito...
Guillermito...

Camero.
Ranero.
Cepo Ballestero.
Rodríguez Rivero.


Itriago.
Sayago.


Arcaya.
Carvallo.
Bello. Guerra Bello.
Carecaballo.
Puerto Cabello.

Aristimuño.
Cuartel del Cuño.

El Comisario.
José Rosario.

Maracay.
Ay. Ay. Ay.

Rafael María.
José María.
Pedro García.
Jorge García.
José Rosario.
Pedro María.
Frías. Frías. Frías.

Los desterrados.
Los torturados.
Los degollados.
Los Consulados.

Hermanos Gómez. Hermanos Gámez.
Los Bienvenida. Cochino Inglés.
López Rodríguez. Rodríguez López.
Pietropaoli.
Josué. Josué. Josué.

Adolfo Bueno. Díaz González.
Cien días. Mil días.
Cuántos días preso?


Bueno. Díaz González.
Preso: cuándo sales?
Los Díaz. Los Buenos.
Buenos Días, González.


Grillos. Grillos. Grillos.
La Rotunda en el Castillo.

Porras. Volcán. Sandoval.
Patanemo en las Colonias.
Palenque con Naricual.
Castillo y Rotunda.
Ministro de Holanda.
Pedro Alcántara Leal.

Vienen degollando.
Vienen velazqueando.
Vienen sayagueando.

Nereo. Fusiles.
Mil Jefes Civiles.

Grillos. Grillos. Grillos.
Plan en Los Hatillos.
Plan en Candelaria.
Plan en Camoruco.
Trompillos. Trompillos.
Grillos. Grillos. Grillos.
Tinoco. Fonseca. Bejuco.

Arveja. Quinchoncho.
Evencio. Florencio.


Don Juancho. Don Concho.
Eustoquio. Aparicio.
Suplicio. Suplicio. Suplicio. Suplicio...

Vidrio molido.
Bola y cadena.
Viene Velazco.
Viene Requena.


Vienen Pimenteles.
Vienen Tarazonas.
Vienen Colmenares.


Veinte. Treinta. Cien.
Hidalgo.
Don Santos.
Rubén.

Marión.
Valentine.
Fulleborn.
Román.
Rincón.
Tocorón. Tocorón. Tocorón.
Chacón. Chacón.
Parra Picón.
Parra Picón.
Parra Picón.


#EugenioMontejo #AndrésEloyBlanco #Poesíavenezolana #PoemaPesadillacontambor #XISemanadelaPoesía #PoesíaenCaracas

julio 08, 2015

Tarde rota

Salgo a pasear a mi perro. La tarde, luego del almuerzo, está quieta. El sol está espléndido y la caminata, ahora lenta, es un momento dedicado a disfrutar a mi Otto. 
Frente a la iglesia de Santa Eduvigis me pasa por el lado un sujeto y percibo algo extraño. Soy de esas intuitivas que cada vez más en esta ciudad afina sus sentidos. El hombre pasa, me mira de soslayo y sigue, pero un pálpito interior me dice un chisme al oído. Mediana estatura, franela holgada, bolso pequeño cruzado a la altura de la cintura, mirada esquiva. 
Suspiro.
Seguimos mi Otto y yo en nuestra gran vuelta a la manzana. Él con su olfateo constante, su paso cortito y yo entre mirar al Ávila verdísimo, ver el cielo despejado y chequear a mi perro en su pasear.
Me gusta esta hora de la tarde. Son pocos los vehículos que pasan, el ruido ha cesado por completo y se puede disfrutar de cada sonido leve. Sebucán es una zona de frondosos árboles y andar entre sus límites es estar en contacto con la variedad de mangos, apamates, jabillos que mantienen la frescura entre sus calles.
Veo mi sombra reflejada en la acera. No hace mucho calor, de hecho hay una brisa que parece dar vueltas en ese entramado de árboles. Espero a Otto en su accionar. Recojo y sigo. No hay recolectores de basura en los postes. Boto el desperdicio entre las bolsas apiladas, algunas abiertas, a una esquina del siguiente edificio. Los conserjes no se afanan mucho en cerrarlas, le hacen la vida más cómoda a los hurgadores de oficio. Seguimos nuestra ruta.
La avenida 2 de Santa Eduvigis tiene aceras limpias. En casi toda su extensión hasta llegar a la Rómulo Gallegos hay huecos en ciertos tramos y viejos asfaltos que no reciben mejoras. Es una vía de tráfico medio, últimamente muy transitada por los que andan tras las compras en el Excelsior Gama Plus o el Farmatodo. Pero esta tarde no hay motorizados en contravía, ni bachaqueros buscando productos. La quietud se ha apoderado del espacio. 
Otto hurga cada hendidura mientras venimos en esa ruta noreste, quieta bajada. Parece que aspirara el piso y solo escucho el husmear rítmico de su nariz hasta que llegamos a una vereda cubierta con los troncos secos arrumados de una tala realizada algo más de dos semanas. La naturaleza muerta invade el espacio del peatón y hay que pasar a la calle. Limpiar para ensuciar. Así funcionan estas cuadrillas de atención al cuidado del ambiente.
Otto olfatea con gusto cada resto de arbusto en su otoño, pisa las hojas que sisean bajo sus almohadillas y continuamos la marcha hacia la esquina próxima. A unos 100 metros una mujer cruza la avenida hacia la 2da transversal. Alta, delgada; lleva ropa deportiva, una amplia visera a juego con un bolsón muy llamativo. Va desconectada de su alrededor, camina con el paso de quien hace una ruta conocida, parece absorta en sus pensamientos. La vía principal sola, la calle contigua igual. Solo vamos mi perro, yo y, de repente, a unos ochenta pasos detrás, el hombre que vi unas cuadras más arriba está siguiendo a la mujer. Este apura el paso, la mujer ni se percata, él ve hacia los lados, me mira y yo, que ya sé qué va a pasar, me debato entre gritarle a la mujer, darle la voz de alerta, pensar en la reacción del hombre, correr con Otto -pero ¡cómo! 
Arrebatón, gritos, carrera, persecución sin sentido y esa sonrisa asquerosa que lleva el miserable.
El hombre corre hacia la avenida Rómulo Gallegos, la mujer detrás persiste en gritar. Nadie ayuda. Nadie aparece. 
Algo se rompe en el ambiente. 
Miro la escena y me sorprendo de mí. Nada.
Otto se mantiene a mi lado, me mira como esperando una orden, una decisión. 
Sigo este paseo vespertino, usual, cotidiano, pero ya no hay distracción. Solamente ejercité mi capacidad de asombro.
No hice nada y lo lamento. 

mayo 14, 2015

Ánimo de chola

Desolada, asolada. Dos palabras que huelen a pólvora, a sangre, que se vierten en las aceras, que se cuelan entre las camas de hospital.
Este espacio intenta hablar de la ciudad cuya luz es amable, en la acepción perfecta de lo digno de ser amado. Este espacio fue creado pensando en las buenas historias que Caracas mantiene ocultas entre sus vericuetos. Pero cada vez se me hace cuesta arriba toparme con algo que me reconcilie con esta sultana de velos desgarrados y traje echo jirones.
Sin tacón sigue. Hoy no sé, estoy anímicamente a nivel de chola.
Mejor huyo y veo fotos de la Caracas del siglo pasado.
(Seguro borraré este post en dos días cuando amanezca de nuevo y el cielo brillante de mi Caracas enmarcando el Ávila me saque sonrisas sanadoras)

abril 25, 2015

Venas del país

Lleva cuatro horas en fila esa mujer. Sus pies están abultados, parecen sobresalir entre medio de las tiritas de las sandalias. Cada dedo es un pequeño choricillo. Las uñas están pintadas de un fucsia algo chillón, parece que la pedicura no es reciente. Los talones, un poco resecos, muestran unas pequeñas marcas en el borde como minúsculos tajitos de piel estirada y abierta.  A lo largo del costado plantar, miles de rayitas blancas semejan sucesivos juegos de la vieja o tres en línea. La piel es trigueña, mate. Las venas son líneas delgadísimas, de un azul leve, casi imperceptibles. Alterna su peso en cada pie; estira cada pierna hacia adelante, luego las flexiona hacia atrás como si quisiera llevarlas a su trasero. Se lleva sus manos a la cintura y de allí a la baja espalda, topa atrás sus dedos gordos, se arquea levemente mientras su mirada se pierde en el cielo. Da un resoplido insonoro. Vuelve a su posición. No se ha movido ni un centímetro. Hace un amague de querer ponerse en cuclillas, pero algo parece detenerla.
Se mantiene estoica. Solo las marcas de las equis sucesivas que hace el cuero sobre su piel muestran el tiempo transcurrido donde nada pasa. Quisiera ofrecerle el pequeño asiento que tengo dentro del quiosco, pero tal vez es muy bajo y ella, quizá, no quiera estar tan cerca del suelo hirviente.
Miro a esta mujer y las más de sesenta personas detenidas en una cola zigzagueante bajo el sol de esta ciudad tropical de arengas, mentiras y guerras que no lo son.

Recuerdo aquella frase: ¡Es la economía, estúpido! Pero no es fácil. Todo dejó de ser fácil en mi país.

marzo 18, 2015

Ejercicio simple para un patriota (poco) cooperante

Salúdense respetuosamente. [Total, son compatriotas]
Tengan una actitud abierta, franca y dispuesta al diálogo y a la concertación. [Aunque suene a eslogan de la Cuarta República o de los tiempos que fueron mejores y ahora nos duele admitir]
Empiece el ejercicio con su patriota cooperante: pregúntele la edad y sugiérale que se dirija mentalmente a aquella vez que hizo mercado con su sueldo de la "primera pega". [Sea amable, sonría e intente mover también su propia melancolía, eso contagia el ánimo]
Imite, con su mejor voz, a aquellas viejas cuñas de marca de electrodomésticos, de productos de limpieza. Esos pegajosos jingles de servicios, marcas y productos que son parte de nuestra idiosincrasia. [Obvie cualquier intento del patriota de boicotear el ejercicio con la perorata del consumismo y el capitalismo salvaje. Salte con el "tucutucu-tucutú", sonría, tome su cigarrillo imaginario, inspire, suelte el aire y dígale si lo recuerda, en la playa, una Semana Santa]
Pregúntele por el precio de su primer par de bluejean comprado en Margarita, de su sueño más preciado cuando tenía 20 años, de su mejor salida con esa persona especial cuando tenía 25  [Esté preparado si le salta con el cuento del "pelabolismo" de los pobres de la patria, la gente de la "jai" y sus abusos, la explotación y demás frases clichés de su mente alienada por VTV]
Enfóquese en todas las ideas asociadas a esa simpleza que significaba trabajar para darse sus gustos: comer con la pareja (el resuelve, el cacho, la amiguita, la comadre...). Sacar a pasear a los muchachos. Comprarse "una vainita de vez en cuando". Disfrutar del sancocho en ese río sin sobresaltos ni miedo. Irse de rumba y regresar a su casa entero, sin contratiempos o amanecer en la calle sin ser parte de una estadística nefasta.
Recuérdele cuando hablar del gobierno era práctica común y la gente se reía desde los espacios de la televisión hasta en la cola para sellar el cuadro del 5 y 6.
Hágale el favor de traerle a la memoria todo lo que tuvo y también perdió el día que le metieron en la cabeza una palabra extraña como Socialismo, a él, patriota (poco) cooperante del mal vivir, la zozobra y el resentimiento.
Bríndele un refresco, llévelo a un cybercafé y muéstrele la realidad que le ocultan. Haga patria, despierte la conciencia de su compatriota y háblele mucho. Que su apostolado sea convertir y poner salvo a los ciudadanos que están fanatizados por el odio. 
Déle un abrazo y dígale: ¡Pa' lante compatriota, abra los ojos, coma avispa para que no lo pique cigarrón!

marzo 10, 2015

Playa Majagua

La playa se llama Majagua. Llegar a ella supone montarse en una lancha y en veinte minutos estar contemplando la sucesión eterna de olas. La salida es desde Chirimena, un pueblo mirandino que mantiene la costumbre de sonreírle al visitante. La gente de la costa es así, dicharachera, amable, a veces un poco confianzuda para algunos tratos rigurosos.
Los lancheros embarcan a los turistas en un improvisado muelle donde ruinas de mejores tiempos forman parte del paisaje. Queremos playa y sol, así que podemos obviar la estructura abandonada, las puertas desvencijadas, la sucesión de lanchas arrumadas, los motores desechados, todo tirado a un lado por falta de inversión. El poder adquisitivo como la arena entre los dedos. Digámoslo más francamente, por la ambición de un puñado de egoístas. 
Es domingo y solo están trabajando dos lanchas. Alrededor hay quince. ¿Qué pasa que no salen más?, preguntamos sorprendidos por la cola que empieza a organizarse de grupos que como el nuestro desean un día de mar y tranquilidad.
"Es la Guardia", responde el muchacho que sirve de apoyo a los lancheros. Y nos explica que no tienen orden de embarcar sino 10 personas por lancha y que solo deben estar operativas, dos.
Empezar a preguntar es descubrir la realidad de una gente que solo quiere trabajar y no la dejan. Allí conocemos la turbia historia de la alcaldesa y sus desmanes, de la corrupción que se apoderó de los municipios y del continuo amedrentamiento de las fuerzas públicas contra los lancheros organizados.
"El pueblo de Chirimena está en pie de lucha" dice el joven. "Quieren agarrarse a Majagua pero hemos dado la pelea". Nos cuenta de los planes de un resort, de la llegada de yates y de hasta una fragata que quiso llevarse presos a los trabajadores de los kioscos de playa Majagua. 
Nos habla de exclusión, de negocios turbios, de politiquería. Nos cuenta de los precios de los botes, de la restricción en la venta de combustible, de la extorsión de la GNB, de las amenazas de los concejales rojos.
Al hombre le brilla la piel, color caramelo quemado. Sus ojos achinados van a juego con la sonrisa que se ha escapado por ratos durante la conversación. Se le ilumina la mirada cuando cuenta las bellezas de La Tortuga. Hay paseos para allá y "solo lo pagan los que tienen mucho rial", añade.
La lancha llega, pide organizarse en la cola. Una fila de más o menos veinte personas espera entre cavas y bolsos. Nos toca turno. Le entregamos al muchacho el dinero por el viaje, embarcamos y al alejarnos sobre las olas podemos ver mejor la estampa del abandono. Solo el ánimo de esos hombres se mantiene firme y sin grietas.

enero 19, 2015

Desmemoria

Una tienda de hace 50 años que ya no está. La señora que vendía trajes de baño que cerró. El negocio de los chinos en la esquina de El Chorro con “nueva administración”. La florista de Santa Mónica que nadie recuerda.
La nota iba a ser de esa tienda de perfumes de Camino Nuevo, la de “toda la vida” frente al estacionamiento sur del Palacio de Miraflores. Luego, sería de la anciana europea hundida en bañadores de los tiempos de María Castaña de la calle Cecilio Acosta de Chacao. Después, de la tienda en la acera alta de la Avenida Sur 1 y la Avenida Este 6, entre la Urdaneta y la Bolívar, con los primeros asiáticos comerciantes, que son ahora otros chinos venezolanizados. Simplemente, la ciudad cambiante, metamorfoseada, desprovista de memoria; invadida de anarquías.
Caracas, la indomable, la ciudad de cambios, nos depara a veces sorpresas injustas. Las crónicas sin tacón, testimonian una transformación que es arbitraria, es constante, a veces ni se sabe cuándo se dio o cuándo va a darse. Por eso, buscar bajo el recuerdo puede desgastarnos esa habilidad de “patear calle”. Los comercios que conocíamos, la gente que daba vida a un lugar, las referencias de los sitios curiosos, en una expresión, la permanencia de la memoria pareciera que ha hecho implosión. Pareciera que lo que resta es encontrar a la otra, la ciudad de las oportunidades, la del resuelve; la del “toero” como oficio de vida. Un volcán que arrasa, traerá otro atolón, quizá.
Así, aparece el músico que con su cello toca frente a la panadería Aída de Los Palos Grandes. Los que se acercan y te dejan una tarjeta que dice: “se bañan, pasean y cuidan perros”. Los que hacen tortas, tesis y bordados en franelas. Los cuchitriles de gente adusta; lugarcitos de mínima mención con niñitas que sueñan ser diseñadoras. Algunos soñadores, ciertos oportunistas; tal vez un lumpen que quiere hacerse notar, que cree tener algo que contar, alguna historia leíble. Sin embargo, no resisto la impudicia. Me niego.
Además, al margen, está la otra misma ciudad: la de lugares que debe irse con escolta, baquiano o lugareño. Sitios de esta metrópoli sumergidos en la inseguridad, que ocultan una casona de…, un monumento a…, una leyenda viviente de más de 100 años, desterrados de la gente, como una muralla donde es imposible llegar, es peligroso acercarse. Calles célebres, historias reales de un pasado glamuroso, vestigios casi derruidos; cronistas de carne y hueso con lucidez que hacen amagos a la desmemoria. A esos los busco, de algunos espero los datos.

A mi ciudad posible me sigo acercando y persisto en la memoria colectiva para descubrirla.

enero 17, 2015

Marisela Díaz: una fibra hecha mujer-atleta

Esta crónica fue publicada en 2011. La cuelgo aquí porque sigo viendo a la profe en el Parque y creo que los agradecimientos deben dársele, se los merece.

El cielo está despejado y los cristofués cantan. Un par de guacamayas se atreve a volar muy bajo. En un alarde de colores, se pasean por el estacionamiento norte del Parque del Este; se detienen entre unas ramas altas; sus magníficas colas: bermellón una, cian la otra, desprenden alegría alrededor. Estas aves, bellas, libres, de vuelo rápido, se parecen a la mujer que trotando se acerca a su vehículo y que con una espléndida sonrisa me saluda como una amiga. La profesora, la profe, o simplemente Marisela, es una mujer-dinamo. Aunque expresa que trota menos de 100 km semanales, su actividad es frenética, solo ralentizada por el cuidado de su pequeña nieta. Jubilada después de 34 años de servicio, un día se preguntó: “¿y qué voy a hacer ahora?”, pero como ella misma afirma que sus deseos siempre se confirman, comenzó a entrenar a un grupo de médicos. De esta manera, se empezaron a encadenar las asesorías físicas, atendiendo hoy a “sus muchachos”, su club de corredores cuya base de operaciones está en el Parque.
Confiesa que empezó tarde en el atletismo. A sus 21 años, ya muchas chicas habían recorrido miles de horas de entrenamiento cuando niñas, o bien en natación o bien en gimnasia, mientras ella, apenas jugaba en los recreos “la ere”, imponiéndose como la capitana siempre. Su habilidad para ser amiguera –típico de su signo Acuario- le trajo muchas satisfacciones y fue el impulso que la llevó a compartir sus aprendizajes. Primero, como estudiante de Educación Física en el Instituto Pedagógico de Caracas, evoca con amor las duras pruebas que tuvo que superar para ser parte de la selección de atletismo. Recuerda “mi reto era: yo sí puedo”. Tenía miedo a competir, inseguridad ante los nuevos escenarios que se le presentaban, pero el profesor, Mihai Zissu, le inspiró la confianza para reconocer su propio talento. Este rumano, que se nacionalizó venezolano para devolverle al país lo que le había dado, fue su mentor. Marisela asegura que de él aprendió mucho –“él era lo máximo, yo anotaba todas sus indicaciones”; ella tenía hambre de aprender. Con los triunfos llegaron las decepciones, las injusticias, como por ejemplo la vez que sufrió de apendicitis; la bajaron de eslabón y no le suministraron los medicamentos precisos. No obstante, la confianza en sí misma y su entrega al entrenamiento le dieron las medallas, los trofeos y la jerarquía que todos conocemos ahora.
Luego, siendo docente egresada nivel 6, su deseo de superación fue su testigo. Gracias a su mejoramiento profesional alcanzó posiciones importantes en otros ámbitos. Durante la gestión de Cornelio Popesco (1998 -2000) trabajó como Directora de Deportes del Municipio Chacao. Hoy asegura que política más deportes es una dupla que prefiere ignorar. Ese mismo año le otorgaron el Premio de la Fundación Avon a la trayectoria y a los logros obtenidos en su desempeño laboral.
Confiesa que su mayor sueño a los 20 fue demostrar su aptitud física, con lo cual empezó a ganar preseas. M de marca. Dios, además, la premió con su primera hija. En sus 30, su sueño de tener a su segunda hija la llenó de gloria, pues deseaba engendrar otra mujer. M de madre. En la actualidad, solo desea disfrutar de lo que hace. M de madurez. En el Día Internacional de la Mujer, celebraremos con M mayúscula, el nombre propio de la mujer amable, entusiasta, firme de carácter, altamente responsable, reservada, de entrañables afectos y fiel a sí misma que se conjuga en nuestra gloria deportiva nacional: Marisela Díaz.

Como expresa Marcela Serrano: “una mujer es la historia de sus actos y pensamientos…”, podría agregársele además, de su sensibilidad emotiva, de su fibra removida. Gracias profe.