noviembre 26, 2016

Saludo en spanglish

Las historias salen de esas bocas espontáneas, a ratos sorprendentes, otras veces con un toque de indecencia, siempre en tono de confesión.
Si hay algún testigo puede mantenerse mudo por unos instantes, pero de inmediato opina como si fuese de su incumbencia, hasta se atreve a aconsejar, a criticar, a señalar alguna falta. 
Esto es el día a día. Alguien viene y solo escucho. 

Debo, simplemente, mantener la atención. En ocasiones me distraigo en el lenguaje gestual, o en las gráciles maneras de mover las manos, o en algún contoneo sugerente que va a juego con la historia contada. A veces es un fraseo irregular y convulso lo que me hace afinar el oído atento y logro descifrar la larga narrativa que me relatan (a mí que no he pedido cuentos).

Me dicen mis amigos que me voy a topar con muchos “cuenteros”, que es parte de esa idiosincrasia, que son divertidos, que me voy a acostumbrar a sus palabras peculiares... Esa otredad de la lengua española.

No he dejado de preguntarme porqué ese rapto parlanchín de contar intimidades a una completa extraña. ¿Será porque la soledad pesa tanto que hay que despojarse de ese lastre contando? ¿Será que la vida es simplemente compartir y las truculencias, peripecias y desmanes son más interesantes si se relatan a desconocidos?

Me pregunto tantas cosas… y a mí que me gusta tanto estar en silencio -ya bastante tengo con el ruido en mi interior, sin embargo me encuentro escuchando esas historias únicas. 

La pipol de Mayami tiene mucho qué contarme y yo sigo tras el mostrador respondiendo el saludo también en spanglish... Sé que un nuevo cuento está en la punta de esa lengua.

noviembre 15, 2016

La Pipol de Mayami



La mayoría de la gente hispanoparlante adulta en Miami habla en inglés con acento, con fluidez, con la sintaxis aprendida y repetida mecánicamente. Esa misma gente hablante nativa del español, habla su idioma muy mal. Inventa, altera, destruye las categorías gramaticales y los verbos, una masacre lingüística para los puristas de la lengua. 

Esa pipol habla como piensa, en ese bilingüismo que anda en cuerda floja para hacerse entender en un espanglish que suponemos -muchas veces- flaco de lecturas. ¿Pero leerán acaso? Puede suponerse que no leen, o quizá, por aquello de la duda razonable, leen muy poco o tan solo el periódico dejado en un asiento del Tri Rail. Tal vez nunca tuvieron esa bonita y familiar costumbre de leer antes de acostarse o esperando en la sala del dentista o estando en el baño…

Los latinos en Miami, esta pipol de Mayami, no se detiene a corregirse si se ha expresado incorrectamente en su lengua madre. Siguen hilvanando frases saltando de un idioma a otro, apurados, como quien debe correr ante el autobús que parte de la estación. ¿Se dan cuenta acaso de su falta? ¿Se escuchan en esa mezcolanza caribe y gringa? El espanglish es una norma que se impone incluso en las cuñas comerciales radiales. Todos nos vemos influenciados por él, nos acerca a nuestros interlocutores, nos permite sentirnos parte de un proceso comunicativo real. En definitiva se produce una interacción aunque quien se exprese no demuestre mucha capacidad comunicativa.

Es invariable que estés conversando espontáneamente y fluya la charla entre seis palabras en inglés y tres en español. Largas frases con cambios de código constantes. “Iba manejando la troca y dije: fuck!, olvidé la lonchaSo, no quería ir pa’atrás, you know, so me fui a 7-Eleven and bought a sandwich”.

¿Qué intereses tiene un sujeto que habiendo adquirido su lengua madre en una interacción social informal cuando niño, de adulto lleva a cabo el proceso de comunicación con deficiencia? ¿Qué motiva a un hablante a mejorar su desempeño comunicativo?

El buen decir de la lengua de Cervantes se cultiva leyendo. Estos hablantes del español tan absortos en lo anglosajón, se han olvidado de disfrutar nuestras graciosas erres, nuestras jugosas eñes. Olvidaron los primeros años de escuela, la gramática de Bello, los cuentos de las abuelas, los refranes populares. Dejaron olvidada en una maleta, la hermosura del fraseo fresco de nuestro idioma.

Cuando escuchas expresiones como: “¿quieres que te ‘vacunee’ la carpeta?”, caso clarísimo de transferencia léxica, solo puedes detenerte, dejar que en tu disco duro parpadee la lucecita verde, procesar ese infortunio y corregir, con algo de amabilidad: "¡Ah, te refieres a aspirarme la alfombra!" ¡Por Sor Juana en el claustro!

Y así como estos desastres, tanto el bilingüismo sustractivo como la atrición lingüística reducen la posibilidad de gozar de las palabras bellas de la lengua de Garcilaso, Machado, Paz, Sábato, Gallegos, Cadenas... 

Perder el dominio y la fluidez en la lengua madre es una preocupación de muchos, sobre todo de aquellos que vemos la hermosura del español como un legado para las próximas generaciones con sangre latina. Pueden algunos sentir que tienen mayor prestigio lingüístico al hablar un correcto inglés, intentando no vincularse con una minoría étnica que muchos señalan duramente. Nuestra identidad con la lengua venida de nuestra madre debe ser un signo de orgullo y deberíamos cultivarla cada día leyendo.

Respiro y sigo mi camino, con mis pasos van saliendo palabras acariciadas en voz baja: sahumerio, persignar, aurora, añorar...

octubre 30, 2016

Sigo



Sigo "Sin tacón". Sigo andando... Son nuevos terrenos, con muchas variantes, con distinciones que aparecen mientras camino, abruptas, irregulares, pero me gusta lo que experimento... 

Me gustan estos caminos diferentes. Me gusta ajustarme y apretar mis dedos, y apurar el paso y cambiarme los zapatos... por si llueve, por si tengo una reunión importante, por si me toca ir más rápido...

Ando y veo otro marrón en la tierra, es otro azul en el cielo. Son otros verdes. Es una arena distinta, es otro mar. Comparo y no viene al caso. Estoy hecha de mi tierra y sé que ella me traspasa. 

Dejé mis querencias físicamente, sin embargo tengo en cada latido, a cada paso, mi Ávila, mis cielos únicos, mi escándalo de guacamayas, el graznido mañanero de mi gavilán.

Te toca ahora escribir desde otra ciudad, me dicen mis amigas. Y sí, ya lo dijo bien Antonio Machado.

Mientras tanto tarareo aquel coro de Wilfrido Vargas y su "Hombre divertido": "¿Seguimos? ¡Sí! ¿Paramos? ¡No!"

agosto 09, 2016

Otro país debe reverdecer

Durante su adolescencia la calle donde vivía era un hervidero de delincuencia. La droga y la criminalidad eran vecinas de pared contigua. Los maleantes y vagos eran de cara conocida. Todos sabían sus nombres, en qué casa vivían, las fechorías que cometían a diario y quiénes eran sus madres. Estas hacían mercado junto a otras progenitoras de estirpe sana y juiciosa. Al final de la semana, todas se encontraban frente al mismo portugués del automercado de la esquina: todas ocupadas en darles de comer a sus vástagos de la manera más honesta posible.
Esas madres de delincuentes, no lo eran. Solo se hicieron expertas en engendrar. Sufrían de esa ignorancia de andarle pariendo a cada hombre que les asegurara un futuro. Esas mujeres se hacían cargo de los más pequeños, los mayores andaban por las calles primero como saltimbanquis, y luego como asaltantes de navaja y pistola vieja. Ellas, sus madres, vivían avergonzadas, trataban de ocultar el agravio de ser "la puta que los parió". 

Cada cierto tiempo surgía una especie de santo y seña silente, se daban miradas de soslayo, puro lenguaje corporal que ponía sobre aviso cuando en la cuadra despertaba otro delincuente de oficio. Era como un gran estreno... El escenario, la simple vereda. Allí los actores de relleno, los malandros viejos y los actores principales, de tics, escupitajo y actuar nervioso, desplegando sus nuevas artes... "Le cortaron la cara a fulano", "Zutanito le metió un pepazo a mengano". "Está 'encanao' el David".

En esa Caracas de los 80 había barriadas populares donde los malandros cuidaban a sus vecinos y jugaban ajiley con los tombos frente a la bodeguita bebiendo cerveza. Estaban los que se enmariguanaban, pero ayudaban con las bolsas de saco (yute) a las doñitas que subían largas escalinatas después de hacer sus compras en el mercado. Había muchachos descarriados, pero "buena gente en el fondo". 

Esa ciudad la vemos reflejada en la obra de MOS. Es la ciudad que recuerdo al leerle a mi hijo "Cuando quiero llorar, no lloro". Es el país que conozco era grande y boyante. Ese país donde lentamente se germinaba el odio...

A 36 años ya avanzados entre sentimientos contrarios, ya sabemos que la siembra no dio frutos buenos... Habrá que quemar la tierra... Hay que preparar el terreno de nuevo. Otro país debe reverdecer.


julio 07, 2016

Oramos por Venezuela, ¿verdad?


Bajo la falda de este cerro maravilloso y entrañable desde la distancia, hay una ciudad repleta de almas en pena. Escuchas historias en primera persona sufridora, ves cómo se conjuga la maldad bajo el verbo poder. Te aterran las experiencias que han vivido, jóvenes luchadores políticos. 
Nada parece aislado de esa atmósfera diabólica que rodea todo lo relativo al gobierno y sus secuaces.

Desde Petare hasta Pérez Bonalde, solo desolación. Largas filas de ciudadanos, descoloridos, pues ante la tristeza del hambre no hay afiliación política que valga tanto pesar. No hay franela que vista esa desazón. No hay consigna que esté al margen de vivir al filo de la desesperación.

Te enteras que una vecina debe ir a la pollera de la esquina porque no tiene nada qué comer en su casa. Sabes que en tu familia se racionan las porciones y se cuentan las provisiones con angustia. Oyes confesiones avergonzadas y tu vergüenza es mayor. La empatía, reconoces, solo puede hacerte llorar, y lo que se necesita es, simplemente, comida. Y piensas en esos cálculos que nunca habías hecho: ¿cuánto puede durar un kilo de arroz a una familia de 4? ¿Será más rendidora la pasta corta o la larga? ¿Se podrá usar ese vegetal que nunca antes habías comprado en un guiso?

Te angustia ponerte en el estómago de los otros: ¿Cómo detienes ese crujido de las tripas? ¿Cuánto eres capaz de pagar por un kilo de caraotas? ¿Qué eres capaz de hacer para obtener algo que puedas llevarte a la boca?

¿Cuándo acabará esto? 
---------------------------

Lo que estamos viviendo los venezolanos es el resultado de una maldición. Una hecha desde una mente perversa, y aglutinada en mala hora por un conjunto de resentidos, inmorales, pobres de espíritu, olvidados de Dios. ¡Ah, pero la verdad y los buenos siempre vencen!, has oído en tu casa, o al menos, eso ha demostrado la historia... Quieres creerlo. 

Los venezolanos tenemos el orgullo de ser demócratas. Tenemos el coraje necesario para luchar por la democracia. Solamente eso me calma. Creer que ese espíritu libertario viene en los cromosomas de los paridos en esta tierra bella. El arraigo nos salvará, me digo, de seguro, así será. Quiero creerlo.

Mientras, acudo a esos versos de "Vuelta a la patria":
Caracas, allí está; vedla tendida
a las faldas del Ávila empinado,
odalisca rendida
a los pies del sultán enamorado.
Hay fiesta en el espacio y la campiña,
fiesta de paz y amores:
acarician los vientos la montaña;
del bosque los alados trovadores
su dulce canturía
dejan oír en la alameda umbría;
los menudos insectos en las flores
a los dorados pistilos se abrazan;
besa el aura amorosa al manso Guaire,
y con los rayos de la luz se enlazan
los impalpables átomos del aire.

¿Volverá la democracia, la paz, la conciliación, a mi querida Venezuela? Oramos por eso, ¿verdad?

junio 10, 2016

#Venezuelalibre

Andar por las calles atiborradas. Sentir que las pesadillas son a plena luz del día y los demonios sí existen. Experimentar el miedo, tener acelerado el corazón sin posibilidad de dormir para soñar que vuelas, o saltas o estás a salvo.

Venezuela está cansada. No es Caracas la sufrida, no. Hace años que la involución se ha venido comiendo al país. Se sufre en todos los estados, en todas las condiciones. 

Tenemos una nación desvencijada. Es un hoyo teñido de rojo. Es un sumidero de penas que va arrastrando a todos por igual. Eso ha sido el logro de la revolución chavista: llenar de pesar a todo un pueblo.

En Venezuela  no se distinguen las penurias. Todos pasan trabajo, mal comen, viven de las sobras del día, así, desanimados... Sin embargo, persisten los gritos, las consignas, las manifestaciones. Insistimos en denunciar, señalar, acusar. 

Somos fuertes. Lo sabemos y por eso cada quien lucha, a su manera, desde su posibilidad, pero con toda la fuerza bajo la misma trinchera: la libertad del país. De verdad somos fuertes, y eso no vamos a olvidarlo. Nos merecemos un país alegre, con bienestar y próspero para todos.

Sí, hay que decirlo, hacerlo sentir: los venezolanos somos fuertes y resistimos para luchar con mayor ahínco.

#Venezuelalibre

junio 04, 2016

Hablo de mi país

Hablo de mi país y solo uso verbos en pretérito. Los adjetivos sirven para calificar las bellezas que nos regaló Papá Dios y en cuanto a los adverbios, saltan más los que se relacionan con estados de ánimo o condiciones, como tristemente, vilmente…
Hablo de mi país como quien recuerda a un amor viejo, a ese primer amor que marcó el descubrimiento de aquello que se desea sentir siempre. 
Hablo de mi país desde la felicidad. No tengo otra manera. 
Ningún gobierno es capaz de anular el gozo de ser venezolano.
Hablo de mi país, siempre.

abril 09, 2016

Del toero al bachaquero: viveza recargada

Nací en una ciudad donde la todología era un oficio insigne. Más de un padre de familia levantó a los suyos a costa de saber un poco de todo. Aplicarse en plomería, electricidad, herrería y cuanta necesidad tuviera cualquier ama de casa.

El todólogo hacía lo que sabía, intuía o había visto hacer. Lo repetía con tecnicismo en muchas ocasiones, lo demostraba -no sin un poco de vergüenza, con la segunda llamada para arreglar el entuerto primero. Esto podría parecer un señalamiento, pero no, ya lo dije, muchos hombres responsables llevaban el pan a la casa haciendo de todo un poco, y eso siempre fue respetable.

Claro, el nombre común era "toero", así, recortado como la sapiencia en los haceres múltiples, a veces escaso, a veces, con poca pericia. Este todólogo, ese toero, ese "tírame algo", "¡yo mismo soy, yo resuelvo!" era un trabajador de pararse temprano, buscar la brega donde fuera hasta llegar a su casa a poner los pies bajo la mesa y a subirlos luego en la mesita frente al televisor.

Ese tipo de hombre era el que le echaba pichón a la vida. Era parte de ese pueblo de hombres afanados que se empeñaban en hacer unos realitos para sacar el domingo a la mujer a la playa con los muchachos. Había un rasgo de nobleza en este hombre de pueblo.

Ahora ese todólogo ha variado a un simple opinador. Es parte de una especie de profesional en el ejercicio de expresarse sobre lo que acontece alrededor. No importa si es economía de mercado, política exterior, el problema climático mundial, el matrimonio igualitario. Ese hombre dice, comenta, refuta, argumenta, señala con o sin fundamentos, con información fidedigna o como parte de un adoctrinamiento, de una pseudo-ideología. ¿Trabaja? Pues, puede darse el caso... Esforzarse, ganarse el pan, eso es otra historia.

Muchos hombres venezolanos en edad productiva hoy son parte de ese fenómeno llamado bachaquerismo, ese efecto económico nefasto de hacer largas colas para revender un producto al 2000 por ciento. Eso, definitivamente, debe resultarles más satisfactorio, aunque sigan yendo del timbo al tambo, pero no buscando qué hacer, sino siguiendo instrucciones de una voz en su celular o de un mensaje de texto que les avisa dónde están descargando tal o cual mercancía. 

Eso de ser toero del siglo XXI está funcionando como el nuevo oficio del hombre nuevo, revolucionario, bolivariano y chavista, en muchos casos. No necesita preparación alguna, no hay nivel educativo exigido, no importa la experiencia. Solo es necesario tener criterio mercantilista, mala fe, un toque de vandalismo y dejar fluir esa semilla funesta del vivaracho criollo.





marzo 16, 2016

Darse un respiro en La Estancia


Darse un respiro. 
Cuando se vive en condiciones como las de los venezolanos hoy, ese deseo de conectarse con la paz y la armonía se hace urgencia. Necesitamos salir a flote, dar una gran bocanada de aire y sentir que, al menos por un momento, podemos respirar gratamente... Así nos arrastre luego con sus desatinos esa siniestra inmundicia que es el gobierno actual.

Sentir un privilegio.
Disfrutar de un espacio bien mantenido, repleto de verdes, de flores silvestres y de tranquilidad, nosotros que vivimos sumergidos en malas noticias, que olas de pesar nos golpean a diario, es casi un milagro. Este oasis en plena avenida Francisco de Miranda, este espacio inaugurado en La Floresta hace más de 25 años, hoy permanece bonito, abierto al público de martes a domingo y acondicionado para que dejemos la angustia fuera de sus muros.

Hay exposiciones de arte, hay venta de productos artesanales, textiles y de orfebrería, se realizan conciertos, claro, hay también mucha propaganda política, pero, afortunadamente, la naturaleza tiene más poder y la conexión con la tierra y los árboles magníficos de La Estancia, son mayores que la desgastada paja del lenguaje gubernamental.

Los únicos pasos a seguir son buscar el espacio preferido, descalzarse, recostarse de un tronco altísimo y disfrutar o bien del silencio alrededor o bien de un libro como compañía. Quizá solo altere esa quietud un grupo de guacamayos conversando al pasar o tal vez el graznido sorpresivo de un gavilán buscando presa. 

Lo significativo es que en esta ciudad agobiante, en este estrés continuo, pasar un día ese portón y entrar en ese verde, amplio y relajante espacio de regocijo natural lo agradece el alma.


febrero 28, 2016

"Que hagan cola estos escuálidos, que se jodan también".

El vigilante del automercado sonríe. Tristemente soy testigo de sus palabras: "Que hagan cola estos escuálidos, que se jodan también".

Ese individuo que he venido viendo desde hace, al menos cuatro años, hoy habla desde el odio. 
Los vecinos, clientes fieles de ese automercado de las compras diarias, ese del cual tenemos tarjeta, del que nos sabemos los nombres de las supervisoras, debemos luchar contra la neo-especie que surgió para darnos una bofetada, otra más, producto de la realidad del país que algunos no querían ver.
Debemos soportar largas colas junto a mal hablados, gritones de oficio, gente resentida que siente que debe tomar todos los espacios, que se alían para comprar varios de los productos que expenden, superando la cantidad regulada.

Estos compatriotas, asumen actitudes retadoras, ofensivas -la mayoría de las veces- en respuesta a reclamos venidos del sentido común: "oye, te estás coleando, oye, ya metiste a dos amigas en la fila, oye, deja el escándalo..." 

Ese pueblo hambriento, pero también desdeñoso, de mal vivir, corrupto, ha congestionado no solo el lugar de compras, sino ha colapsado una bella plaza, ha tomado los asientos que usualmente usaban las personas mayores para su esparcimiento bajo los frondosos árboles. Se sientan en el borde de las aceras, comen en el piso, llenan de basura el lugar, muestran su peor cara, quizá la del hastío, la que llevamos todos, la verdad, pero en ellos, se solapa en esa manera de arrojar desperdicios sin vergüenza alguna, en esa demostración de ánimo destemplado bajo el sol quemante. Alargan una fila que serpentea las veredas ante la inminencia de "a ver qué es lo que sacan hoy". Una escena diaria que altera un espacio hecho para el disfrute de todos.

Lamentablemente no siempre se ven caras largas. Puede notarse, incluso, un ambiente de guachafita, risas burlonas, llamados a gritos de un extremo a otro, esa costumbre, supongo común y corriente, "de pasar trabajo y calársela relaja'o", como me dijo una muchacha muy risueña.

En ese conjunto variopinto de personas la mayoría son mujeres. Las mayores llevan envases de agua y de comida. Van acompañadas de algunas embarazadas, otras con bebés en brazos. También hay niños en el grupo que andan de salto en salto pasando las horas fuera de la escuela, alejados del sistema educativo. Su infancia estará marcada por experiencias de desconcierto, desabastecimiento e incertidumbre. Cómo podrán hacerse un futuro próspero, me pregunto mientras los veo reclamar porque quieren meterse como los niños de la zona bajo los chorritos de la plaza.

Para entorpecer aún más la situación caótica hay un ir y venir de motos con gente que llega, contacta a alguien de la fila y ocupa un lugar que se hincha como las pústulas. Al cabo de un rato ya no reconoces al que estaba delante de ti porque son varios que se "guardaban el puesto". Y no, no hay reclamo posible. Las peleas entre esos, mal llamados bachaqueros, es un asunto muy desagradable, del cual nunca querrías tener partido. Lo mejor es callarse, ya suficiente te aguantas para obtener algo que solo conseguirás ese día ajustado a tu terminal de cédula.

Ese automercado y la plaza en frente quedan apenas a unas calles de donde vivo, parece un hervidero día y tarde, noche y fines de semana. No hay manera de sentirse a gusto. No hay forma de tener aquello que disfrutábamos en la simpleza de ir a hacer unas compritas. No. Todo es bullicio, sorna en los comentarios, una especie de revanchismo estéril de personas que vienen desde lejos para hacerse de productos que sienten que les pertenecen a ellos, los dignificados por un gobierno inepto.

En mi urbanización, la cotidianidad ya es otra. La anarquía llegó para crecer, cada vez más.

febrero 11, 2016

¿Dónde están las buenas noticias?

La ciudad y sus buenas historias. De esto "iba" mi blog. Se trataba de recorrer Caracas para dar con la gente maravillosa que generaba valor, que tenía esperanza, que vivía en la "capital del cielo". Conversar, en esa espontaneidad del venezolano de a pie, con vecinos, viandantes, vendedores de kiosco en esquina, gente sencilla que quisiera compartir cómo vivía su Caracas.

Ha pasado el tiempo y sigo andando... Sin embargo, no hay complacencia en lo que veo, mucho menos en lo que escucho. Desvencijas las plazas, derruida la esperanza. Preguntas que suenan a interrogatorio. Miradas dudosas. El desconcierto vive de un lado a otro, tras largas filas, en procesión para conseguir medicinas, alimentos.

Las buenas noticias se fueron con el último apagón.

Hoy me queda mirar al cielo, esa luz hermosa de mi ciudad donde los cables no dan electricidad y la tierra se cansa de esperar la lluvia.




febrero 01, 2016

Nos quitaron el futuro (o el recuerdo como vieja película)

Hubo un tiempo donde el encuentro con amigos era una simpleza. Nadie pensaba en problemas. El asunto era coordinar el sitio, ocuparse que las cajas de cerveza alcanzaran, que las botellas de ron no faltaran o que el whisky fluyera porque la cosa estaba buena... Aquello de "algo para picar" terminaba siendo una bacanal de tequeños, bolitas de carne, de queso, tostones en rueditas con ajo, unas empanaditas... Lo que surgiera de la mente creativa de la dueña de casa, abuela o matrona que se respetara. Además, infaltable, la música, necesaria para acompañar las risas y quedarse hasta el amanecer porque cuentos, chistes y gozo resultaban siempre poco junto a la familia.

Se vivía feliz. El anfitrión te invitaba a su casita, quizá a su apartamentico, todo así, dicho en diminutivo cariñoso. Salían espontáneas, risueñas las frases populares de "pobre pero honrado", "donde come uno comen dos", y cualquiera alusiva a eso de disfrutar con otros, compartir.

Hubo una vez cuando la solidaridad se desprendía de cosas nuevas y arropaba al desvalido. Dar a otros era un rasgo común y la tolerancia encontraba sonrisas en forma de arepa junto a la posición desmejorada en el round robin entre leones o navegantes. Las diferencias notables se esgrimían entre los fanáticos de las hallacas con huevo, las caraotas con azúcar, el picante con leche.

Hubo una época donde se gastaba una puya, rial y medio, un marrón. Se conseguían dos kilos de leche en polvo en una lata, jugos de medio litro, cuarticos de leche. Se compraba en Sears, las tiendas Vam o en la OCP. Se pagaba con el Tinoquito, la tabla, la luca, la orquídea. Si deseabas comprar por cantidades mayores y baratas estaba Mersifrica o Corpomercadeo. Se entregaba puntual y diariamente "el vaso de leche escolar"; las trabajadoras sociales recorrían las barriadas y entregaban a las jóvenes pastillas anticonceptivas y daban charlas a las madres sobre lactancia materna. La política estaba en su sitio.

La Venezuela donde crecimos los nacidos en democracia es solo película de celuloide que suena mal y está descolorida. Todo se convirtió en fea imagen, en desvencijado artilugio.

Caminar por las esquinas emblemáticas de la ciudad capital: San Jacinto, La Marrón, Veroes, Padre Sierra es solo proyección de un viejo recuerdo que no existe, es intangible.

Ahora las amistades se mantienen a distancia. Agradecemos Facebook, nos hacemos adictos al WhatsApp y nos prometemos una decena de veces que "hay que verse, tenemos que reunirnos..."

Las invitaciones a fiestas están limitadas a números impares. Cada quien contribuye con algo, lo que pueda. En la reunión se ponen al día de las ausencias, la inseguridad, el desconcierto. Se ofrecen números telefónicos de personajes infaustos, los bachaqueros. Y no falta alguien que hará el chiste de rigor. Se reirá la mayoría para no aguar el encuentro. Pero no es lo mismo. Son las nueve de la noche y ya algunos están preocupados por el avance de la hora.

De golpe, porrazo y engaño nos quitaron el futuro. El presente viaja al pasado en mula. 

enero 12, 2016

¿Cuándo se vende la esperanza?

Mi cédula termina en 2. El martes es mi día de compra.

Mi día preferido de la semana es el lunes. Y sí, puede ser raro, pero me gustan los lunes: inicio, descubrir cosas nuevas, aprender... Desde la época escolar me preparaba feliz para recibir cada lunes. Me gustaba estar en el colegio, el salón de clases y mi puesto al lado de la pared donde la hilera de hormiguitas iban saludándose al encuentro, una tras otra; mis amigas-compinches; el juego de la ere y de la semana (o rayuela o avión). Los lunes, la niñez, la época feliz...

Ahora debo comprar solo el día que me corresponde. Eso oigo a cada rato cuando, llegado un producto al comercio específico, pregunto por la cantidad que puedo llevar y el nuevo precio a pagar. En la red de farmacias, en los supermercados es lo mismo: martes es mi día. Claro, puedo comprar una barra de pan, cinco tornillos o una blusa el día que lo desee, pero los productos de la cesta básica, aquellos de primera necesidad, pues no. No los necesito sino el martes.

Los venezolanos de a pie (sin escoltas ni prebendas) andamos de excursión alimenticia. En Caracas, del oeste al este y viceversa, la gente camina frenética para buscar lo requerido para sus despensas. La verdad es que cada vez más, hay menos qué conseguir. A excepción que se desee comprar mentiras, esas sí se consiguen fácilmente: en el centro de la ciudad, por ejemplo, verás multiplicado un rostro hinchado y sonriente; en las paredes -gracias a un par de usados stencils- replicado un nombre, una firma, un legado de involución. Esto es lo que ofrece el gobierno, catapultas para caer y hundirse más en la ignominia nacional.

Hoy es martes.

¿Cuándo se vende la esperanza?

enero 01, 2016

Mi abrazo de Año Nuevo

Colgado el almanaque. Abierta la agenda. Desplegado el programador anual.
Todos los rituales del inicio de año arrancan hoy. Quizá a paso lento, con estirones sucesivos y un buen bostezo para desaturdirse del ruido de los fuegos artificiales.

Me asomo al balcón. Arriba, el cielo en la esplendidez de esta ciudad amada por su luz. Abajo, la calle silente, la vereda solitaria y en la esquina, un buen número de cajas rotas donde estaban los artilugios de los juegos pirotécnicos. 

En mi cuadra todo permanece aquietado. Y podríamos dejarnos llevar por esa atmósfera, pero sabemos que la paz que sentimos pecho adentro, la vamos a necesitar para insuflarla hacia afuera, para otros... 

El 2016, sí, llegó, y sobrevivimos en esta ciudad de ánimas para recibirlo, esperemos, con los brazos extendidos como quien va en viceversa a estrechar solidaridad, respeto y afecto.

¡Emprendedor año para los viandantes!