julio 07, 2016

Oramos por Venezuela, ¿verdad?


Bajo la falda de este cerro maravilloso y entrañable desde la distancia, hay una ciudad repleta de almas en pena. Escuchas historias en primera persona sufridora, ves cómo se conjuga la maldad bajo el verbo poder. Te aterran las experiencias que han vivido, jóvenes luchadores políticos. 
Nada parece aislado de esa atmósfera diabólica que rodea todo lo relativo al gobierno y sus secuaces.

Desde Petare hasta Pérez Bonalde, solo desolación. Largas filas de ciudadanos, descoloridos, pues ante la tristeza del hambre no hay afiliación política que valga tanto pesar. No hay franela que vista esa desazón. No hay consigna que esté al margen de vivir al filo de la desesperación.

Te enteras que una vecina debe ir a la pollera de la esquina porque no tiene nada qué comer en su casa. Sabes que en tu familia se racionan las porciones y se cuentan las provisiones con angustia. Oyes confesiones avergonzadas y tu vergüenza es mayor. La empatía, reconoces, solo puede hacerte llorar, y lo que se necesita es, simplemente, comida. Y piensas en esos cálculos que nunca habías hecho: ¿cuánto puede durar un kilo de arroz a una familia de 4? ¿Será más rendidora la pasta corta o la larga? ¿Se podrá usar ese vegetal que nunca antes habías comprado en un guiso?

Te angustia ponerte en el estómago de los otros: ¿Cómo detienes ese crujido de las tripas? ¿Cuánto eres capaz de pagar por un kilo de caraotas? ¿Qué eres capaz de hacer para obtener algo que puedas llevarte a la boca?

¿Cuándo acabará esto? 
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Lo que estamos viviendo los venezolanos es el resultado de una maldición. Una hecha desde una mente perversa, y aglutinada en mala hora por un conjunto de resentidos, inmorales, pobres de espíritu, olvidados de Dios. ¡Ah, pero la verdad y los buenos siempre vencen!, has oído en tu casa, o al menos, eso ha demostrado la historia... Quieres creerlo. 

Los venezolanos tenemos el orgullo de ser demócratas. Tenemos el coraje necesario para luchar por la democracia. Solamente eso me calma. Creer que ese espíritu libertario viene en los cromosomas de los paridos en esta tierra bella. El arraigo nos salvará, me digo, de seguro, así será. Quiero creerlo.

Mientras, acudo a esos versos de "Vuelta a la patria":
Caracas, allí está; vedla tendida
a las faldas del Ávila empinado,
odalisca rendida
a los pies del sultán enamorado.
Hay fiesta en el espacio y la campiña,
fiesta de paz y amores:
acarician los vientos la montaña;
del bosque los alados trovadores
su dulce canturía
dejan oír en la alameda umbría;
los menudos insectos en las flores
a los dorados pistilos se abrazan;
besa el aura amorosa al manso Guaire,
y con los rayos de la luz se enlazan
los impalpables átomos del aire.

¿Volverá la democracia, la paz, la conciliación, a mi querida Venezuela? Oramos por eso, ¿verdad?