septiembre 23, 2013

En Caracas se habla golpeado

Siempre insisto en ver la ciudad desde mis recuerdos gratos, pero Caracas es inmune a mi memoria sensorial y emotiva. Para algunos, la capital muerde, para otros... no sé de verdad cómo la ven hoy. Me gusta pensar que somos millones de caraqueños sintonizados en un corazón que late al ritmo del verdor del Ávila, pero es ilusión pura de una ingenua, simple rasgo psicológico de una naif empedernida.
La ciudad cada vez más está repleta de insensibles e intolerantes, quebrantadores de la fe, del optimismo y del cambio. Aceras para vehículos, peatones en maneras de toreros; apatía, desgano; vida de autómatas.
Camino por el Soho caraqueño. Mi espacio peatonal está invadido: una camioneta ocupa el 75% de la acera y en la pequeña porción libre, el dueño está recostado de la maleta impidiendo mi libre desplazamiento. Me detengo y lo observo de frente. Me mira y me dice que si le pido permiso, él me lo da.
Entonces respiro, enfurezco en una microerupción anímica, respiro de nuevo. Hablo. Él exige respeto, él no entiende su falta. Yo viandante debo decirle -con los buenos días- que debe darme espacio, que por favor, que si es tan amable, que téngase la bondad. No, me niego. Le hablo de ciudadanía, respeto al otro, sentido de la ubicuidad, valor del sentido común, pero nada. Él no es un ciudadano a pie. Él es un bípedo básico con tracción en cuatro ruedas. Salgo insultada, lo normal en un gorila. Mis últimas palabras: Tranquilo... Tu capacidad intelectual es directamente proporcional a la gravedad de tu disfunción neuronal erectil.
Caracas, te quiero... a los coñazos