agosto 07, 2014

De Catia, el aceite de oliva y dudar en 1a. persona

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Ayer fui al mercado de Catia y me reencontré con cosas que no veía hacía muchísimo tiempo. Una gallina muerta, limpísima y con sus huevos mostrados como joyas refulgentes. Lengua, riñones y sesos. Alitas, pescuezos, patas. Un platillo con ojos de ganado y el recuerdo inmediato de mi tío tomándose una bebida con malta, huevo y uno de esos globos negros. Se conectó mi memoria sensorial con olores diversos, el cilantro, el ají; la ruda y la canela; pescado fresco y carne ahumada, muy conocidos pero envueltos en otra atmósfera. 
Cuando era pequeña acompañaba a mi tía a este mercado. Invariablemente el puesto de queso, la señora que vendía velones; el carnicero que le echaba flores y ella que le peleaba por la calidad y los precios. Ir de un lado a otro, sin explicación de porqué y para qué. Yo era una compañía que no hacía preguntas. No sé porqué no se les explica a las mujeres en formación cómo se hacen las compras. Esa materia siempre quedó pendiente en mi generación. Uno aprendía solo viendo, y supongo que reflexionando luego, con el paso de los años. El caso es que miraba a la gente sentada en el bulevar, risueña; otras personas haciendo cola, pero no observé nada ni extraño ni peculiar. Un día más en la vida de miles. Me pareció que nada había cambiado. 
Adentro el puesto de empanadas conocido y el mismo olor a guiso encebollado. Pareciera que la sazón es inmutable. Los pasillos medianamente despejados, la sucesión de puestos de frutas con sus tizanas peleando entre catadores consumados. El señor del casabe, enorme entre ese espacio mínimo donde guarda torres crujientes. Neveras repletas de queso y charcutería. Diferentes cortes de carne; cerdo en todas sus formas; productos del mar diversos. Precios como en otros lados. Hice un recorrido buscando aceite de oliva, ese era mi objetivo en verdad. Después de semanas sin conseguir en los supermercados de mi zona, pensé que ir al otro lado suponía obtener lo que quería en un espacio "donde no falta nada" (conocidos dixit). Allí, preguntando por la oliva virgen sí estaba la frase recurrente de "no hay", y en aquellos dependientes que tenían, el sobreprecio era abusivo, considerando un "mercado popular". Un señor "me mandó a La Candelaria donde los españoles, que sí usan eso". Finalmente compré dos botellas de un producto venido de Siria, más vale y por si acaso, me dije.
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Entre el bullicio de la gente y el ir y venir de cargadores, esa estructura antigua sigue idéntica. Me parece que renovaron la pintura. No hay basura alrededor, ni pedigueños a la vista, al menos. No vi el cliché que cubre a estos espacios de la otredad para muchos (una vecina me llamó atrevida por decidir ir a Plaza Sucre, pero aclaró -condescendiente ella- que al menos yo "me mimetizo". Wow!). 
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La ciudad dividida y las fronteras mentales ondeando siempre. 
Dudo que avancemos Sancho.