abril 09, 2016

Del toero al bachaquero: viveza recargada

Nací en una ciudad donde la todología era un oficio insigne. Más de un padre de familia levantó a los suyos a costa de saber un poco de todo. Aplicarse en plomería, electricidad, herrería y cuanta necesidad tuviera cualquier ama de casa.

El todólogo hacía lo que sabía, intuía o había visto hacer. Lo repetía con tecnicismo en muchas ocasiones, lo demostraba -no sin un poco de vergüenza, con la segunda llamada para arreglar el entuerto primero. Esto podría parecer un señalamiento, pero no, ya lo dije, muchos hombres responsables llevaban el pan a la casa haciendo de todo un poco, y eso siempre fue respetable.

Claro, el nombre común era "toero", así, recortado como la sapiencia en los haceres múltiples, a veces escaso, a veces, con poca pericia. Este todólogo, ese toero, ese "tírame algo", "¡yo mismo soy, yo resuelvo!" era un trabajador de pararse temprano, buscar la brega donde fuera hasta llegar a su casa a poner los pies bajo la mesa y a subirlos luego en la mesita frente al televisor.

Ese tipo de hombre era el que le echaba pichón a la vida. Era parte de ese pueblo de hombres afanados que se empeñaban en hacer unos realitos para sacar el domingo a la mujer a la playa con los muchachos. Había un rasgo de nobleza en este hombre de pueblo.

Ahora ese todólogo ha variado a un simple opinador. Es parte de una especie de profesional en el ejercicio de expresarse sobre lo que acontece alrededor. No importa si es economía de mercado, política exterior, el problema climático mundial, el matrimonio igualitario. Ese hombre dice, comenta, refuta, argumenta, señala con o sin fundamentos, con información fidedigna o como parte de un adoctrinamiento, de una pseudo-ideología. ¿Trabaja? Pues, puede darse el caso... Esforzarse, ganarse el pan, eso es otra historia.

Muchos hombres venezolanos en edad productiva hoy son parte de ese fenómeno llamado bachaquerismo, ese efecto económico nefasto de hacer largas colas para revender un producto al 2000 por ciento. Eso, definitivamente, debe resultarles más satisfactorio, aunque sigan yendo del timbo al tambo, pero no buscando qué hacer, sino siguiendo instrucciones de una voz en su celular o de un mensaje de texto que les avisa dónde están descargando tal o cual mercancía. 

Eso de ser toero del siglo XXI está funcionando como el nuevo oficio del hombre nuevo, revolucionario, bolivariano y chavista, en muchos casos. No necesita preparación alguna, no hay nivel educativo exigido, no importa la experiencia. Solo es necesario tener criterio mercantilista, mala fe, un toque de vandalismo y dejar fluir esa semilla funesta del vivaracho criollo.