julio 15, 2014

La cola sigue...

Para aquel que cada mañana se despereza y se alista a cumplir con su misión de vida, tomar la calle se convierte en una suerte de carrera de obstáculos. Los hombres y las mujeres que trabajan por este país hacen peripecias para obtener lo que desean. Es así, entonces, que nos hemos acostumbrado a ver (en el peor de los casos –participar en-) enormes colas para apropiarnos de un producto que se nos hace urgente. Hemos cambiado nuestra manera de entender el proceso de mercadeo. Ahora se compra urgido por una fuerza que nos impulsa a sentir que estamos en sobrevivencia. Debemos tener ese kilo de harina, ese desodorante aerosol, esa cajita de hisopos. Y no hay espacio para la burla o la crítica. En la escasez todo es vital.
Se escucha o se lee a buenas gentes señalando a los que gastan horas para llevarse un producto que, tal vez, no veían en semanas. “Pagados por el gobierno”, “bachaqueros”, “le hacen el juego a este desastre económico rojo”… en fin, comentarios dejados por allí, soltados como un estornudo… habría que saber si esos criticones de oficio compran sin problemas, van a cadenas de supermercados repletas de productos en una suerte de viaje al pasado feliz de estantes y anaqueles variopintos.
Me quedo con la duda, mientras debo encontrarme con mi mamá que estuvo tres horas esperando por una lata de leche, no conseguía hace dos meses.
La cola sigue, como la mala fe, mamá dixit.