A quienes nos gusta rememorar con frecuencia, una situación,
fecha o cualquier elemento sin razón aparente nos dispara nuestra caja de
recuerdos. Por estas fechas la memoria de María Francia ha aparecido. Recuerdo
que era ruego común en muchas casas con estudiantes en apuros. Entonces podría
decirse que en Venezuela la expresión vía
crucis no solamente aludía a los tiempos de Semana Santa. Era regular
escuchar aquello de “le quedaron las tres Marías”, “tiene que reparar una
materia”, ante lo cual el fajarse con
los libros y, eventualmente, encender una velita a la legendaria estudiante
servían de estímulo. Para mi generación la educación media-diversificada era
una tríada unida por un mismo objetivo: el alumno debía estudiar, el
sistema propiciaba ese deber y el hogar lo alentaba. El centro de la formación
estaba en el estudiante. Si no había responsabilidad con los estudios, pues se
pagaban las consecuencias. Alguna vez escuchamos aquello de “estudiar para ser
alguien” o “estudiar es tu trabajo”. Hacíamos grupos de estudio, nos juntábamos
con resúmenes, fichas y cuadernos para estudiar un fin de semana completo para
las pruebas finales. Nos gustaba eximir, nos horrorizaba la repitencia escolar,
y, “quemarnos las pestañas” no nos traumatizaba. El flojo estudiaba el doble,
el aplicado ganaba menciones de honor. Mi educación la veo muy clara: el
esfuerzo y el mérito importaban.
Hoy comparo, tristemente, cómo el sistema educativo
actualmente desalienta esa práctica meritoria. Para muchos docentes, el período
de julio es el momento de los reclamos, las amenazas, las citas ante los
Distritos Escolares, la Lopnna y el Ministerio, en fin, todas las estaciones de
penalización para poner en tela de juicio nuestra labor pedagógica. No se habla
del desempeño académico del alumno, sino de la incapacidad, mala fe, exclusión
y toda la sarta de denominaciones populistas que han contaminado el entorno
educativo. Sorprende ver cómo algunas madres y representantes van en este mes a
los colegios a exigir la repetición de un examen, la revisión de una nota del
primer lapso, o la discusión sobre la imposibilidad de que su hijo repita año.
Todo esto entre gritos destemplados y amenazas reiteradas de acudir a las autoridades. ¿Por qué el alumno no estudia?, ¿por qué algunos
estudiantes ni siquiera copian la clase; por qué andan casi adheridos a los
dispositivos electrónicos? ¿Por qué hay tanta dispersión, desmotivación y
desapego de algunos estudiantes hacia el hecho educativo? Eso a ciertos padres
no les preocupa. Solamente si hay una nota aplazada, ahí saltan las quejas,
pero no hacia el hijo, sino hacia aquel que está más tiempo que ellos con sus
propios hijos. Ellos aducen que los docentes y las instituciones son las culpables
que haya alumnos que fracasan.
Nuestra estimada Milagros Socorro, aludía un par de
días al “desastre en la educación”, y sí, como en la acepción segunda del DRAE:
“Cosa de mala calidad, mal resultado, mala organización, mal aspecto”, así
nuestra educación está mostrándose. Cada vez más acudimos al facilismo, en una
ruta expedita hacia el desmérito, el mínimo esfuerzo. Un jefe de distrito que
impugna el resultado de una nota final a una alumna de quinto año porque “ella
debe graduarse porque compró ya el vestido”, o una supervisora de una zona
educativa que desconoce una decisión tomada en un consejo académico porque esos
profesores escuálidos… En fin, ya nadie visita el mausoleo de María Francia, no
hay motivos, todos los alumnos deben
pasar.