mayo 23, 2013

María Francia y el padecer de la Educación hoy


A quienes nos gusta rememorar con frecuencia, una situación, fecha o cualquier elemento sin razón aparente nos dispara nuestra caja de recuerdos. Por estas fechas la memoria de María Francia ha aparecido. Recuerdo que era ruego común en muchas casas con estudiantes en apuros. Entonces podría decirse que en Venezuela la expresión vía crucis no solamente aludía a los tiempos de Semana Santa. Era regular escuchar aquello de “le quedaron las tres Marías”, “tiene que reparar una materia”, ante lo cual el fajarse con los libros y, eventualmente, encender una velita a la legendaria estudiante servían de estímulo. Para mi generación la educación media-diversificada era una tríada unida por un mismo objetivo: el alumno debía estudiar, el sistema propiciaba ese deber y el hogar lo alentaba. El centro de la formación estaba en el estudiante. Si no había responsabilidad con los estudios, pues se pagaban las consecuencias. Alguna vez escuchamos aquello de “estudiar para ser alguien” o “estudiar es tu trabajo”. Hacíamos grupos de estudio, nos juntábamos con resúmenes, fichas y cuadernos para estudiar un fin de semana completo para las pruebas finales. Nos gustaba eximir, nos horrorizaba la repitencia escolar, y, “quemarnos las pestañas” no nos traumatizaba. El flojo estudiaba el doble, el aplicado ganaba menciones de honor. Mi educación la veo muy clara: el esfuerzo y el mérito importaban.
Hoy comparo, tristemente, cómo el sistema educativo actualmente desalienta esa práctica meritoria. Para muchos docentes, el período de julio es el momento de los reclamos, las amenazas, las citas ante los Distritos Escolares, la Lopnna y el Ministerio, en fin, todas las estaciones de penalización para poner en tela de juicio nuestra labor pedagógica. No se habla del desempeño académico del alumno, sino de la incapacidad, mala fe, exclusión y toda la sarta de denominaciones populistas que han contaminado el entorno educativo. Sorprende ver cómo algunas madres y representantes van en este mes a los colegios a exigir la repetición de un examen, la revisión de una nota del primer lapso, o la discusión sobre la imposibilidad de que su hijo repita año. Todo esto entre gritos destemplados y amenazas reiteradas de acudir a las autoridades. ¿Por qué el alumno no estudia?, ¿por qué algunos estudiantes ni siquiera copian la clase; por qué andan casi adheridos a los dispositivos electrónicos? ¿Por qué hay tanta dispersión, desmotivación y desapego de algunos estudiantes hacia el hecho educativo? Eso a ciertos padres no les preocupa. Solamente si hay una nota aplazada, ahí saltan las quejas, pero no hacia el hijo, sino hacia aquel que está más tiempo que ellos con sus propios hijos. Ellos aducen que los docentes y las instituciones son las culpables que haya alumnos que fracasan.
Nuestra estimada Milagros Socorro, aludía un par de días al “desastre en la educación”, y sí, como en la acepción segunda del DRAE: “Cosa de mala calidad, mal resultado, mala organización, mal aspecto”, así nuestra educación está mostrándose. Cada vez más acudimos al facilismo, en una ruta expedita hacia el desmérito, el mínimo esfuerzo. Un jefe de distrito que impugna el resultado de una nota final a una alumna de quinto año porque “ella debe graduarse porque compró ya el vestido”, o una supervisora de una zona educativa que desconoce una decisión tomada en un consejo académico porque esos profesores escuálidos… En fin, ya nadie visita el mausoleo de María Francia, no hay motivos, todos los alumnos deben pasar.

mayo 18, 2013

Correr en Caracas



El lema del recordado Pedro Penzini Fleury, “correr es vivir”, está como un sello en todos aquellos que desde la madrugada abandonan sus cobijas para mantenerse en forma. Los atletas caraqueños han ajustados sus horarios para que los entrenamientos no cesen. Más allá de la responsabilidad laboral y del clima cambiante, los comprometidos con la salud y el bienestar, se desplazan por todos los terrenos posibles para cumplir con sus metas personales, incluso, a pesar de las condiciones adversas de los espacios para correr.
Si una novata pregunta dónde correr, al menos cinco deportistas le dirán que fácil, en cualquier parte, en ese discurso de optimismo y animación que caracteriza a los corredores. Lo cierto es que en Caracas, los hijos dilectos de Filípides corren mayoritariamente en el Parque del Este, algunos en Los Próceres, otros en La Lagunita; en el cierre de la avenida Río de Janeiro y libremente en la Francisco de Miranda, por ejemplo. Sin embargo, todos, en algún momento, lo hacen en cualquier calle, bien porque salieron de sus trabajos al final de la tarde, o sencillamente, para acondicionarse en el asfalto para próximas competencias y para probar, cambiar rutas.
¿Correr en la calle?, repregunta un atleta asiduo al Parque, realmente es un fastidio… El tedio al cual hace alusión este delgadísimo maratonista, se entiende constatando, a paso de jogging, el estado de las vías: irregulares, con baches, con alcantarillas flojas, con fallas de borde. A esto debe sumársele, además, el sortear los vehículos que intentan pegarse del hombrillo. Ante el grito: “¡coge la acera!” de un motorizado que ha acelerado justo al lado del ritmo de trote, la opción de la vereda no es fácil: o son más altas, o están llenas de huecos, o tienen un declive mayor al 5% o están obstruidas por carros y motos. En el mejor de los casos, el inconveniente está en los amables peatones que caminan en tríos, conversando animadamente. Si se les solicita “permiso, por favor”, no faltará uno que indique, en tono imperativo, que se baje a la calle.
Correr en Caracas es vivir una suerte de slalom, lo cual, afortunadamente no detiene las ganas; no pasa de una exhalación más sonora de lo habitual, como si al botar el aire se quisiera expulsar el desconcierto de vivir en una ciudad anárquica, también con los deportistas. Poco importa si el Parque del Este tiene el 85% de los tramos a oscuras y no abra en horario nocturno todos los días; si correr en Los Próceres deba hacerse en grupos numerosos; si hay mala intención en ciertos conductores. Lo definitivo, lo que realmente cuenta, es el deseo de sentirse bien haciendo algo totalmente bueno para la salud. 
Cada vez hay más gente corriendo. Cada año hay más inscritos en las carreras. Por eso, el calendario de competencias de 2013 es múltiple y variopinto en sus franelas donde siempre hay corazones en grandes zancadas de un kilómetro a otro, en esa rutina que ha contagiado a decena de miles. ¿Te animas tú?


mayo 14, 2013

Gladys en el 5to. Festival de la Lectura Chacao


Entre blancos y verdes, una luz distinta rodea ese espacio de 100 metros cuadrados. Desde La Pérgola camino rumbo a alguna parte y a todas las partes a la vez. Hay mucho que ver. Bajo una sombrilla, una señora con una visera color lila también observa. Su aspecto a leguas es de una turista. Alego cansancio, pregunto por la silla solitaria y solicito permiso para sentarme. La señora, calculo un poco más de sesenta años, tiene cara amable y solo la acompañan una botellita de agua y un par de libros. Adivina mi curiosidad y me dice qué tiene allí descansando en la mesa: José Saramago y Henri Miller. Ensayo sobre la ceguera y Trópico de Capricornio. Me sonrío. Se sonríe ella. Me pregunta si soy venezolana. Ella, me dice, nació en Chile y viene con regularidad a Caracas a visitar a su hija, al igual que visita La Florida, Ibiza y Berna donde reside el resto de su prole dispersa. Se llama Gladys Montabone.
A propósito de literatura, empieza a conversarme de sus gustos. De hablar melodioso, la supongo una abuela poco común. Me dice que nunca había leído a Saramago y de Miller, dice, que se debía el libro que le robaron de su pieza cuando se mudo de residencia a los 23 años. Entonces, por un lado una lectura como la primera vez y, por el otro, un libro como el reencuentro con un viejo amigo, le digo.


La gente va y viene en un número cada vez mayor, es el octavo día y parece que la afluencia al comenzar la noche se acrecienta. Me hace una pregunta, pero no le escucho muy bien; una voz de mujer en el micrófono anuncia o canta o dice algo indescifrable. ¿Por qué vienes aquí?, repregunta. Mientras pienso para responder, ella me hace una revelación. Ha asistido a muchas de las tertulias que se han dado hasta la fecha y en todas, me dice Gladys, la gente le pregunta a los escritores lo mismo: qué leen, cuáles son sus influencias, por qué escriben y qué libros recomiendan. Para ella, es como si una ausencia de brújula acuciara a los visitantes de la feria. Pienso algo así como guíame, indícame. Agrega, que está en el país desde hace varios meses y asistió a la otra feria del libro. Me dice que a partir de ahí solamente ha visto una ciudad tristemente escindida. Lapidaria, la frase me queda dando vueltas.
En la quinta edición del Festival de la Lectura de Chacao no había propaganda inundando cada espacio, no había voces altisonantes recordando gestas inmemoriales. Solamente era reunirse por el placer de hojear páginas repletas de escritores con cosas que contar. El placer de leer, más que un lugar común, demostró que estamos ávidos de conectarnos con los contadores de sueños. Sencillamente caraqueños que querían descubrir otras historias, recrearse en otros tiempos, adivinar nuevos ambientes. Los asistentes fueron serpenteando los metros de exposición encontrándose con gente amiga, aquella que escucha por radio o ve por televisión. La vía del encuentro era compartir gusto por el buen decir. Recitales, tertulias, conversatorios, demostraron que nos gusta establecer diálogos y nos reconforta ser escuchados porque  tenemos mucho que decirnos. Toparnos con alguien desconocido, por ejemplo, y a propósito de cualquier cosa encontrarnos en la sensibilidad. Tal vez la señora Gladys que ha andado en mares distintos, nos vea sin instrumentos. Quizá nos falta más ver las estrellas y aprender a leerlas con un sextante. Olvidarnos de los avances, rescatar la navegación astronómica y empezar a visualizar un horizonte radiante.

mayo 12, 2013

La Cota Mil: espacio de tolerancia


Como es usual desde hace 29 años, cada domingo a partir de las 6 de la mañana y hasta pasado el mediodía, se detiene el flujo vehicular en la avenida Boyacá. Entonces se inicia otro fluir: caminantes y mascotas; bicicletas y patinetas disfrutan por igual esa extensión de 35 kilómetros aproximadamente. Como iniciativa de un ministro de la juventud sintonizado con las prácticas deportivas, esta opción recibe hoy a un millar de personas que busca librarse del barullo de la ciudad, recreándose sanamente. En dirección oeste-este o viceversa, los caraqueños pueden disfrutar del corredor vial, suavizado por el verdor de El Ávila, con sus variadas entradas de acceso. Específicamente en la entrada hacia Sabas Nieves, en el tramo entre Los Palos Grandes y La Castellana, se puede observar, por ejemplo, a los “graviteros”, actual denominación para los antiguos patineteros de los ochenta.
Tal vez para algunos paseantes desprevenidos, este remolino yendo y viniendo sobre madera o fibra de vidrio, representa un impedimento abusivo para una tranquila caminata matutina, pero lo destacable es que el que vaya a la cota un domingo, sabrá de inmediato que allí existe un código implícito, un poco de sentido común que va de lado a lado y ha permanecido desde hace 6 años cuando las tablas empezaron a zigzaguear el asfalto. La tolerancia ha jugado respetuosa de norte a sur y cada uno de los deportistas sabe que existe el otro.
Ahora, con tablas más largas (longboard skates), pero manteniendo el mismo deseo de sentir el viento, estos skaters entre 9 y 40 años, se desplazan a lo largo de casi 500 metros para realizar sus figuras. Tal como expresa Black Box, los “fiebrúos” llegan bien temprano para aprovechar el tiempo y el total despeje de la vía. Él, que todavía se considera un rookie, va a pasarla bien y a hacer algunos trucos. Otros, llegan con implementos, llaves y accesorios para ayudar a los demás miembros de la crew.  La jerga se quedó en finales de los setenta. Allí lo que se escucha es simple espanglish. El trato de bro, los saludos peculiares con las manos y la adrenalina jugando en los peraltes hablan de una comunidad que se conoce plenamente.
Para Pedro Luis, lo importante es que son gente creativa que ha sabido sacarle provecho a sus habilidades. Ellos mismos diseñan sus protecciones, por ejemplo, sencillos guantes de obrero con trozos de láminas de acrílico adheridas, incluso son capaces de fabricar tablas como las que hace Huba y su marca Street Rider. Para Manu Cabrera, estos colectivos sobre rueditas y trucks representan a jóvenes que dejan en alto el nombre patrio. No es poco decir que 14 participaron en el Festival Nacional de la Bajada de Bogotá, realizado el 21 de noviembre de 2010, llevándose los primeros lugares en la competición; especialmente Alberto Mora en Mejor Truco y La negra Alejandra Segovia como Mejor Patinadora.
Manu indica que la selección –donde él era el capitán- tuvo que sortear múltiples dificultades con el patrocinio. Afortunadamente para ellos, pudieron contar con el apoyo de algunas autoridades gubernamentales.
Este talento nacional se agrupa en equipos como VLM, Team 4:20, Caída, entro otros, no solo en Caracas, sino a lo largo del país, destacándose la gente de Valencia, en opinión de Huba.
Esta mezcla de afición y estilo de vida -quizá extravagante, con sombreros, pañoletas y toda la gama cromática posible, reserva gratas sorpresas a los que se atreven a conocer las diferencias y a respetarlas, sobre todo.

mayo 11, 2013

Los libros del mercadito de LPG


Cada sábado a partir de las 5 de la mañana comienza el trajín en la segunda avenida y la primera transversal de Los Palos Grandes. La calle cerrada y los toldos dispuestos esperan por vendedores y compradores. Al bajar al mercadito, las flores dan la bienvenida multicolor. Las cachapas, las artesanías, los productos de limpieza, pero también lo usual en un mercado popular como víveres, legumbres y carnes puede encontrarse allí. Esta feria de abastecimiento Los Palos Grandes como reza en cada lona acrílica, se instaló hace casi una década y ha servido para que los vecinos vendan sus mercancías en una oportunidad de mejorar sus ingresos, dando cabida además a pequeños productores de San Antonio y El Jarillo, por ejemplo. Pasearse temprano por esa cuadra es sumergirse en un ambiente plenamente sensual: olores gratísimos que invitan al paladar; una gama cromática de vegetales frescos que alegran la vista en su disposición por formas, tamaños; gente variopinta bullendo en un ir y venir con bolsas, carritos y bolsones. Es un espacio para adquirir productos a buenos precios, para desayunar las delicias europeas o criollas que se ubican en al menos cuatro puestos o para encontrarse con los vecinos y compartir algo más que un saludo habitual. Esta feria se presta para ello, pues atiende a una vecindad que incluye a intelectuales, periodistas y artistas que hacen sus compras habituales. Allí transcurre la mañana en un dinamismo distinto, como una suerte de ambiente catártico para recuperar aquello que nos hacía socializar entre desconocidos: conversar a propósito del clima, del último evento, del tema recurrente de la política nacional o incluso de literatura. Conocer cada puesto es una experiencia interesante porque puede toparse con sorpresas muy gratas, como los libros usados de la señora Liz de Mercado, magistralmente cuidados y de una variedad insuperable. Obras maestras como Drácula o Doña Bárbara, o teóricos literarios como Tzvetan Todorov son parte de esa colección que vende esta amable señora argentina, radicada hace 35 años en el país. Cuenta que la idea de vender libros usados comenzó hace algo más de 7 años, cuando la posibilidad de partir de Venezuela estaba armándose en su núcleo familiar. Allí recolectaron las obras de su biblioteca y comenzaron a despojarse de títulos. No obstante, el destino jugó sus dados, no se fueron y eventualmente regresaron a la feria. Hoy, de vuelta, tiene una clientela fija que se atreve a leer títulos fuera de las listas de bestsellers, pero producto de mentes creativas de primera línea. Ante la pregunta de dónde sacan tantas maravillas, la señora Liz, y su hija que la acompaña, confiesan que su suministro se lo deben a un tío apasionado de la literatura cuyo principal pasatiempo es la adquisición continua de libros. Así, se despoja de los ya leídos y mantiene su avidez lectora fluyendo, a la par de su gusto musical. Entonces, junto a autores ingleses, estadounidenses, alemanes, también puede comprarse en el puesto de la señora Liz, discos compactos originales, en el mismo tono variado de los textos. Lo importante es que en un país donde la promoción de la lectura sigue dando pasitos cortos, estas iniciativas de compartir lecturas, a precios solidarios, con el atrevimiento de dejarse llevar por un título sugerente, bien merecen un aplauso. Finalmente siempre habrá un libro esperando acompañar alguna tarde de sábado comiendo un trozo de fruta o un bizcocho comprado en el mercadito.

La iglesia ortodoxa rusa de Los Dos Caminos

La Iglesia Ortodoxa Rusa. Inalterable comunidad de creyentes. La miro desde la acera del frente. El Ávila está a sus espaldas. La cruz de ocho brazos se erige firmemente sobre la cúpula abulbada central. El sitio es pequeño. Todo blanco y verde. Una verja la circunda protegida por un cerco eléctrico, señal de los males de estos tiempos. Me atrevo, giro la manija de la estrecha reja y paso. Todo está muy pulcro; los jardines, regios. Sobre sus paredes blancas, me recibe en el frontispicio una pintura de la Virgen María con letras cirílicas. La observo detenidamente. No me acerco más allá, ya han sonado dos campanadas y no quiero importunar. Permanezco casi inamovible, sintonizada con el lugar. La Iglesia Ortodoxa Rusa de San Nicolás de Caracas parece un oasis perdido entre la bullaranga del Millenium y sus alrededores. Ubicada entre la Avenida El Ávila y la 1ª transversal de la Avenida Sucre de Los Dos Caminos, fue fundada en 1955. De arquitectura bizantina, luce imperecedera. Un joven de ojos azulísimos se acerca. No parece extrañado por la visita. Percibo una atmósfera grata. Luego de unos segundos, el Intendente me recibe, cortésmente da cuenta de la historia de su culto. Es un paseo interesante que va desde el cisma de 1054, donde me aclara que su iglesia no se separó, pues viniendo directamente de Nuestro Señor Jesucristo, es fiel seguidora del dogma dado por Él a los Apóstoles. Me indica además, que allí acuden no solamente rusos, sino cualquiera que profese la religión ortodoxa cristiana, sea judío, griego o etíope. Es muy preciso en sus comentarios, este caballero de mirada directa junto a un esbozo de sonrisa. Me cuenta que este templo se erigió “entre bosques”, pues para la época, la zona no había sido saturada de edificios, casas y demás estructuras. Desde donde estoy parada, veo el interior del templo muy oscuro, contraste absoluto con la intensa luz exterior. De momento una patrulla pasa, luego se detiene. Un agente baja, se acerca y saluda al Intendente, este me indica que el vandalismo y la inseguridad algunas veces también han llegado, por eso el resguardo constante. Lo usual ahora, desafortunadamente. ¡Qué coincidencia nefasta! En el Medioevo, la desconfianza, la desunión y los conflictos fueron las causas de la discordia entre las iglesias creyentes en Cristo. Triste, pero estos mismos factores hoy perviven, inundando todos los ámbitos. Desde el poder y hasta algunas conciencias, muchas perdidas en la inflexibilidad, la intolerancia y la descalificación. La iglesia ortodoxa es símbolo de firmeza y rectitud, pero no de rigidez. Y esto es lo significativo de esta pequeña, reservada e inalterable comunidad de creyentes. El verdadero dogma cristiano es inalterable a la fe original: la del amor. Me despido del Intendente con un apretón de manos agradeciendo el buen tiempo. Veo otra vez, arriba y al centro de la fachada, la imagen de María con sus brazos extendidos.
"Quien os escucha, a mí me escucha; quien os menosprecia, a mí menosprecia"(Luc. 10:16)

Nuestro Parque del Este


En la vida de muchos caraqueños, el Parque del Este representa un espacio donde están arraigadas parte de sus historias personales. Próximo a su quincuagésimo año, está como un adulto contemporáneo: activo y “guapeándole” a la vida y sus avatares. Hoy en él, se arman carpas para ferias de regalos, tarantines para jornadas de cedulación y stands para propaganda política. Sus 76 hectáreas originales han ido mermando con los años. Persiste el verde porque Dios y la lluvia son grandes. Ahora hay mucho ruido y poco sosiego, no obstante, se mantiene como el recinto vegetal que idearon Burle Marx, Tábora y Stoddart. El Parque es un ejemplo de buenas ideas. En él perviven el Patio de los azulejos (o Jardín amurallado), el Jardín xerofítico y el Patio de la cortina de agua. También continúan los vendedores de pelotas y hula-hulas, el señor del algodón de azúcar y el fotógrafo del parque. Este último no es el de los recuerdos infantiles, con su cámara de cajón primero y luego los flashes de cubito y el avance de la Polaroid. No. El actual se llama Antonio Chiara, se presenta como el fotógrafo de Inparques, habla de su contrato firmado, señala que es el primo del “original”, único con permiso; acusa al que toma fotos cerca del laguito, se inquieta por las preguntas y responde todo de manera cortante. Este hombre sesentón, de batica blanca con bolsillos, llega cada fin de semana con su mesa plástica verde, su paraguas azul enorme y una maltrecha caja de cartón que tiene una cuerdita para amarrar las tapas superiores. Esta hace las veces de portafolio para mostrar las fotitos que toma y maleta para guardar pertenencias. Con la cámara instantánea colgada al cuello, el fotógrafo se mueve más allá de la Concha Acústica ofreciendo destempladamente, voz en cuello, su servicio. Una imagen desenfocada del oficio de antaño. Esto es el parque Francisco de Miranda hoy: estructuras y ornamentos magníficos, que retrataron una época donde los expertos propios y foráneos acudían a hacer florecer creativamente esta tierra. Se velaron las imágenes del lugar donde se observaban aves, se estudiaban especies, se recibían visitas de turistas extranjeros, se congraciaba cualquiera con el ambiente alrededor. Ahora, entre el concreto que contamina, la inseguridad reinante y la torpeza gerencial, se revela un espacio que solamente queda en aquellas fotos en blanco y negro, guardadas en nuestros álbumes familiares. Afortunadamente, los únicos fieles al Parque siguen siendo los trotadores que se reúnen, no solo para ejercitarse cada día temprano, sino también para hacer jornadas de limpieza, una forma de devolverle al parque un poco de lo que ha ofrecido espléndidamente. Para las generaciones actuales en la página oficial del parque, en el enlace de características se puede tener información muy precisa… toda redactada en pretérito, claro.

La cuadra italiana


10 de la mañana. Camino frente al Restaurant Calabria. La calle está despejada. Sin clases y con ambiente de fin de año, todo está como en calma. De pronto, se inunda la vía con la pegajosa Pa pa l’ americano, una versión techno de la original del napolitano Renato Carosone de 1956: “Tu vuo’ fa l’americano”. Los parlantes potentes provienen de un Mirafiori 131 que se estaciona frente al local hacia donde me dirijo. Sonrío, pareciera que estoy entrando en una porción de la bota. La impronta de lo italiano permanece a lo largo de la avenida principal de Campo Claro. Allí puede escucharse la lengua de Dante y uno que otro dialecto, principalmente de Puglia y de la Campania. Entro al Café Vomero (1959), sigue intacto, casi en realidad, don Giovanni Misciagna ahora está atendiendo en las alturas, pero Anna permanece al frente de la Astoria, allí sigue sirviendo un rico nocciola, el infaltable genuino capuccino, hasta el más venezolano de los guayoyitos, como lo hizo su padre barés. El espacio minúsculo es encantador: las reseñas de prensa cuidadosamente pegadas a la pared, las múltiples fotos de familia; un cuadro de San Antonio de Padua junto a una reproducción de Picasso, al fondo un disco de acetato y una foto de Giuseppe Verdi, regalo de un cliente fanático de “La Traviata”. Y es que el italiano ama sus costumbres y estas se apropian del lugar y se esparcen generosas como los olorosos granos. En tan solo una cuadra podemos encontrarnos con hijos dilectos de Marco Polo. Desde El Fetuccine (1972), hasta la Barbería San José atendida por el comerciante más antiguo de Campo Claro, el señor Giuseppe Selletti, recientemente homenajeado por el Consejo Comunal. En boca de Peppe –como le dice Antonietta, su mujer, él llegó al local cuando estrenaron el edificio: 1954; indica que el nombre original de la barbería era San Antonio, pero él lo cambió por su santo patrón. Recuerda que al país llegó en 1949, de su Matera natal, a la mitad entre Bari y Nápoles, aclara, haciendo una pausa mientras termina el corte de un conocido narrador de noticias en televisión. La signora Selletti, expresa que su marido ya atiende a la cuarta generación, aludiendo a la fidelidad de los clientes, además agrega que acuden allí personas famosas como… y da algunos nombres. En fin, solamente cariño hacia lo que hacen, eso es lo que percibo. Esta pequeña porción de gente italiana, permanece en la memoria de los que agradecen la atención con calidad y respeto, desde el trabajo constante y la creencia en las oportunidades. El Ristorante Italiano Giovanni, Radio Capri, el Ristorante Bologna, la Agencia de Viajes Bottoni, nombres que nos trasladan a la tierra de Alessandro Manzoni. La cuadra huele bien. El cielo sigue despejado, sigo mi camino y continúo sonriendo por el tricolori que se ha conjugado con el patrio. Ci vediamo dopo!, me grita alguien.