Una tienda de hace 50 años que ya no está. La
señora que vendía trajes de baño que cerró. El negocio de los chinos en la
esquina de El Chorro con “nueva administración”. La florista de Santa Mónica
que nadie recuerda.
La nota iba a ser de esa tienda de perfumes de
Camino Nuevo, la de “toda la vida” frente al estacionamiento sur del Palacio
de Miraflores. Luego, sería de la anciana europea hundida en bañadores de los
tiempos de María Castaña de la calle Cecilio Acosta de Chacao. Después, de la
tienda en la acera alta de la Avenida Sur 1 y la Avenida Este 6, entre la
Urdaneta y la Bolívar, con los primeros asiáticos comerciantes, que son ahora
otros chinos venezolanizados. Simplemente, la ciudad cambiante, metamorfoseada,
desprovista de memoria; invadida de anarquías.
Caracas, la indomable, la ciudad de cambios, nos
depara a veces sorpresas injustas. Las crónicas sin tacón, testimonian una
transformación que es arbitraria, es constante, a veces ni se sabe cuándo se dio
o cuándo va a darse. Por eso, buscar bajo el recuerdo puede desgastarnos esa
habilidad de “patear calle”. Los comercios que conocíamos, la gente que daba
vida a un lugar, las referencias de los sitios curiosos, en una expresión, la
permanencia de la memoria pareciera que ha hecho implosión. Pareciera que lo
que resta es encontrar a la otra, la ciudad de las oportunidades, la del
resuelve; la del “toero” como oficio de vida. Un volcán que arrasa, traerá otro
atolón, quizá.
Así, aparece el músico que con su cello toca frente
a la panadería Aída de Los Palos Grandes. Los que se acercan y te dejan una
tarjeta que dice: “se bañan, pasean y cuidan perros”. Los que hacen tortas,
tesis y bordados en franelas. Los cuchitriles de gente adusta; lugarcitos de
mínima mención con niñitas que sueñan ser diseñadoras. Algunos soñadores, ciertos
oportunistas; tal vez un lumpen que quiere hacerse notar, que cree tener algo
que contar, alguna historia leíble. Sin
embargo, no resisto la impudicia. Me niego.
Además, al margen, está la otra misma ciudad: la de
lugares que debe irse con escolta, baquiano o lugareño. Sitios de esta metrópoli
sumergidos en la inseguridad, que ocultan una casona de…, un monumento a…, una
leyenda viviente de más de 100 años, desterrados de la gente, como una muralla
donde es imposible llegar, es peligroso acercarse. Calles célebres, historias
reales de un pasado glamuroso, vestigios casi derruidos; cronistas de carne y
hueso con lucidez que hacen amagos a la desmemoria. A esos los busco, de algunos
espero los datos.
A mi ciudad posible me sigo acercando y persisto en
la memoria colectiva para descubrirla.