abril 15, 2014

Ciudad dicotómica

En estos días se me hace difícil escribir. Al menos hacerlo de la manera correcta, bajo el ánimo preciso. Pero escribir también es un acto de exorcismo y dejo los demonios -al menos los imaginarios- entre el basural de las calles y digo...
Siempre me ha gustado mi ciudad, siempre me he sentido plenamente caraqueña. Me he jactado de conocer parroquias que muchas de mis amigas no pueden ubicar en un mapa de manera precisa. No tengo problema alguno en montarme en un jeep, o en una camionetica o en algún casi extinto autobús de rutas del oeste. Pero cada vez más, como una costra que nos levantamos sin querer, me incomoda mi ciudad. Siento una pequeña punzadita, tirante y a punto de rasgarse bajo la piel de mi ciudad. 
Duele saber que no podemos caminar por cualquier calle, que en muchos lugares no somos bienvenidos, o peor todavía, que somos vistos como enemigos. 
¿Cómo se hacen crónicas de una ciudad dividida en guetos? ¿Acaso hay que disfrazarse "monocromáticamente" para poder andar por avenidas, plazas, bulevares y sectores donde no somos habituales paseantes? Entiéndase, sacando la inseguridad, el desasosiego y el vivir en modo alerta roja todo el tiempo. Caminar, pasear, reconocer espacios hace tiempo transitados, a eso me refiero.
Claro, soy de un lado, me paro en la acera contraria, no soy riel de producción ideológica en masa, tampoco carril de alienados. Por eso no puedo andar por las calles que me vengan en gana. Quizá sí puedo... tal vez soy simplemente una temerosa del expresado amor fraterno... fratricida...
Basta con que alguien me vea alta, morena y de pelo rizado para sentirse conectado conmigo, me digo. Entonces me veo caída en clichés, los que critico, acérrima. Recuerdo ese cuento de Michaelle de un albañil que le dijo que llamara a la dueña de la casa, porque una negra en urbanización de vieja alcurnia no podría ser la reina de un apartamento de lujo... fue una presunción de ella, me digo... un malentendido a manera de chiste... pero a mí me han visto con recelo, lo he sentido... de ambos lados de las aceras. 

Se nos ha sacado lo peor de nosotros. Hemos sido un nuevo Zumaque, donde se ha reventado el país fluyendo odios, resentimientos, envidias e intolerancia. Estamos en una especie de ajuste de cuentas anónimas como si fuésemos todos culpables de los cambios vertidos por décadas. Estamos en una ciudad dicotómica, una ciudad de desencuentros. 
Hay calles del oeste que no pisaré en mucho tiempo -no me gusta eso de nunca jamás, pero sé que hay amigos que no visitaré en sus casas nuevamente, ni iremos a buscar "unas frías" cerca. Sitios donde no volveré a disfrutar de la rica acemita dulce, o de la perfecta chicha andina, ni hablar del mejor pan pita de la ciudad. 

Prefiero creer que debo esperar la nacionalización del sentido común, el respeto, la tolerancia y la solidaridad.
Hasta entonces...