febrero 01, 2016

Nos quitaron el futuro (o el recuerdo como vieja película)

Hubo un tiempo donde el encuentro con amigos era una simpleza. Nadie pensaba en problemas. El asunto era coordinar el sitio, ocuparse que las cajas de cerveza alcanzaran, que las botellas de ron no faltaran o que el whisky fluyera porque la cosa estaba buena... Aquello de "algo para picar" terminaba siendo una bacanal de tequeños, bolitas de carne, de queso, tostones en rueditas con ajo, unas empanaditas... Lo que surgiera de la mente creativa de la dueña de casa, abuela o matrona que se respetara. Además, infaltable, la música, necesaria para acompañar las risas y quedarse hasta el amanecer porque cuentos, chistes y gozo resultaban siempre poco junto a la familia.

Se vivía feliz. El anfitrión te invitaba a su casita, quizá a su apartamentico, todo así, dicho en diminutivo cariñoso. Salían espontáneas, risueñas las frases populares de "pobre pero honrado", "donde come uno comen dos", y cualquiera alusiva a eso de disfrutar con otros, compartir.

Hubo una vez cuando la solidaridad se desprendía de cosas nuevas y arropaba al desvalido. Dar a otros era un rasgo común y la tolerancia encontraba sonrisas en forma de arepa junto a la posición desmejorada en el round robin entre leones o navegantes. Las diferencias notables se esgrimían entre los fanáticos de las hallacas con huevo, las caraotas con azúcar, el picante con leche.

Hubo una época donde se gastaba una puya, rial y medio, un marrón. Se conseguían dos kilos de leche en polvo en una lata, jugos de medio litro, cuarticos de leche. Se compraba en Sears, las tiendas Vam o en la OCP. Se pagaba con el Tinoquito, la tabla, la luca, la orquídea. Si deseabas comprar por cantidades mayores y baratas estaba Mersifrica o Corpomercadeo. Se entregaba puntual y diariamente "el vaso de leche escolar"; las trabajadoras sociales recorrían las barriadas y entregaban a las jóvenes pastillas anticonceptivas y daban charlas a las madres sobre lactancia materna. La política estaba en su sitio.

La Venezuela donde crecimos los nacidos en democracia es solo película de celuloide que suena mal y está descolorida. Todo se convirtió en fea imagen, en desvencijado artilugio.

Caminar por las esquinas emblemáticas de la ciudad capital: San Jacinto, La Marrón, Veroes, Padre Sierra es solo proyección de un viejo recuerdo que no existe, es intangible.

Ahora las amistades se mantienen a distancia. Agradecemos Facebook, nos hacemos adictos al WhatsApp y nos prometemos una decena de veces que "hay que verse, tenemos que reunirnos..."

Las invitaciones a fiestas están limitadas a números impares. Cada quien contribuye con algo, lo que pueda. En la reunión se ponen al día de las ausencias, la inseguridad, el desconcierto. Se ofrecen números telefónicos de personajes infaustos, los bachaqueros. Y no falta alguien que hará el chiste de rigor. Se reirá la mayoría para no aguar el encuentro. Pero no es lo mismo. Son las nueve de la noche y ya algunos están preocupados por el avance de la hora.

De golpe, porrazo y engaño nos quitaron el futuro. El presente viaja al pasado en mula. 

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