junio 17, 2014

Ciudad con pronombre posesivo

¿Se puede dejar de querer a una ciudad? ¿Acaso es fácil dejar atrás ese amor citadino como si fuese un amante caído en desgracia y olvidado?
Andar por las calles recordando lo que fueron, hace la mitad de tu vida. Buscar entre tus recuerdos agotados esa plaza, aquel café; la acera más amable, aquel pequeño refugio entre el hormigón que acurrucaba a los besos de los novios escapados del liceo.
¿Se olvidan las ciudades que te vieron crecer? Francamente no lo creo. Son parte de tus años, lo que te hicieron humano y no concreto. Nuestra ciudad conforma nuestro color de piel, la textura de nuestras plantas de pies; ese rasguño de un árbol cualquiera, un viejo raspón de un carrera mal hecha en el campo de juego que era tu calle. El polvo en las mañanas de mayo, la lluvia sorpresiva, el aroma a tierra mojada. La tarde y el olor a la cebada de la cerveza, el ajo frito en aceite de oliva, lo impreciso en las salsas de un perro caliente.
No dejamos de querer nuestra ciudad. Solo que la llenamos de melancolía y la metemos en nuestra valija junto con el nombre propio y el apodo, la cédula de identidad y el recuerdito del bautizo. 
Ciudad con pronombre posesivo.
Simplemente hacemos espacio para la otra, la que nos corteja, la que nos acoge.

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