enero 11, 2014

País forúnculo

En Caracas todos tenemos afán por contarnos historias. En todos lados escuchas a alguien echando un cuento... de asalto, de secuestro, de inseguridad, de desabastecimiento, de muerte. Nos hemos vuelto expertos en dar malas noticias. Nosotros, hijos putativos de grandes escritores, intelectuales y poetas, solamente parecemos regodearnos en relatar historias de angustia. Facebook y Twitter se han convertido en ...
la platea para mostrar cuán mal nos sentimos. Si no has sido víctima de la violencia, pues podrás tener siempre a la mano una crónica de terror de alguien familiar o conocido. Nos hemos vuelto tristemente monotemáticos. Llevamos más de catorce años con un solo tópico, que antes tenía nombre de pila bautismal, pero que con su muerte ha devenido en otros temas que giran en torno a una sola idea: el desamparo. Al morir el peor de los hombres que ha pasado por Miraflores dejó su vil legado, la mitad de una nación derrumbada. La otra mitad, en verdad, también está en suelo movedizo: un entramado de mentiras que no tiene armazón firme. Todo es un bluf en el gobierno.
Mientras, en la otredad que formamos los opositores al oficialismo, las rutas para sobrevivir son frágiles. Nos encerramos en nuestras casas, nos atiborramos de información pesimista y compartimos a través de las redes sociales o en encuentros regulados por un toque de queda impuesto por la delincuencia. Estamos ocupados haciendo colas para comprar alimentos. Asistimos cada vez más a la iglesia, encendemos más velas, rezamos más; nos refugiamos en nuestra fe para sentirnos más cerca de la vida, o huimos... trabajando más duro, esforzándonos más, compitiendo con mayor fuerza para mantener el mérito propio del bien hacer.
Vivimos saliendo de nuestro asombro como quien protagoniza una película de ciencia ficción y se consigue con un álter ego pendejo, que cree que no es posible lo que estamos viviendo, que piensa que van a venir cambios inmediatos, que sueña que se van a alzar los militares. Cada día hay que decirle a alguien que despierte, que se arreche, que deje los eufemismos y de una vez por todas, diga tres carajos en una cola y arme el peo. Así, con todas las eñes posibles, con todo el gañote prensado, con la ira de quien se siente envalentonado por la fuerza de la justicia por sus propias manos. Solo nos detiene el miedo que han cosido a nuestra bandera aquellos que visten de colores de otras naciones perversas. Pero la rebelión empieza en las alacenas vacías, eso dice mi madre. Y no sé... hambre hay, pobreza hay, pero algo nos aplaca. A veces creo que el pueblo venezolano está como un forúnculo: se siente una hinchazón, duele internamente, pasa el tiempo y hay algo de enrojecimiento en la zona aunque no pueda verse claramente, pasa otro tiempo, duele un poco más, hasta que algún cambio en el ambiente, una condición interna y un apretón justo hace que salga toda la pus de golpe y solo resta entonces limpiar el espejo...

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