noviembre 18, 2015

No, aquí no

A mi ciudad no les gustan los recuerdos. No existen aquellas estructuras que en otros países se mantienen para hacer del ciudadano un sujeto apegado a su Historia. En comparación, monumentos luctuosos sobreviven pocos. Nos gusta recordar el día de fiesta, el jolgorio y las comilonas, pero las enseñanzas que deja el pesar, no. Nos gusta la historia en minúscula.

Esa cárcel de los tiempos de Gómez, ese edificio que ocultó la ignominia de una dictadura en el siglo XX, no, no es del gusto de mi ciudad. Aquí no se escarban las heridas. Las costras se aglomeran y nadie sabe cuál es el origen de la primera.

Pueden, no obstante, descubrirse paredes con consignas del tiempo de la guanábana. Afiches descoloridos de otros caudillos de la mentira que persisten en calles repletas de basura y con olor a orín fresco. Lo significativo es que sigue estando rancia la política en mi país y el viento sopla muy poco.

En la plaza los ancianos no desean hablar. Ni del pasado ni de hoy. Ante la cercanía de una libreta o un grabador sienten aprensión. Dicen que no puede confiarse en nadie. Los tiempos han cambiado, dice un señor con cara de pasita, su compañero de banco riposta, no, son los peores recuerdos presentes que podemos estar viviendo.

Alguien me cuenta de una calle en Los Teques donde la Seguridad Nacional hacía correr a ladrones. Los obligaban a subir una larga variante de una vía que nunca llegó a parte alguna. Allí disparaban contra esos cuerpos dinámicos, llevados por la adrenalina del miedo. Las culpas se lavaban con sangre.

Otra voz se asoma quedamente y me dice nombres completos de gente que desapareció porque eran blancos y a los dictadores y a los rojos, no les gusta la gente que lleve la contraria. 

Las miradas asumen un complot. El silencio se impone. Por el frente ha pasado un par de hombres vestidos de verde.

Conversar en la plaza no, aquí no. Todos somos blanco del gobierno.

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