agosto 25, 2019

Andar en desarraigo

Muchas cosas pasan bajo nuestras pisadas. Calles que no son amables al transeúnte. Vías que parecen acercarnos a los sueños aunque en realidad nos llevan es a la esperanza, esa distancia que ponemos para ser optimistas.

Caminar en otras veredas supone no hacer comparaciones. Cada ciudad tiene su ritmo y los viandantes solo hacemos física, simple movimiento rectilíneo uniforme, sencilla manera de pasar los días conjugando el verbo andar.

Los primeros meses cuando estamos fuera de nuestro país buscamos referencias, como quien necesita planos, brújulas y sextantes que le aseguren buenas travesías. Cuando sobrepasas el año y te habituas a la rutina, estás en modo automático, todo es como es, nada sorprende, no hay comparación posible. Ya has tenido de sobra suficientes elementos para saber lo que necesitas para vivir. ¿Es que acaso antes no lo sabías? ¡De sobra! Solo que ahora es diferente y, como decía Cantinflas, ahí está el detalle.

Se van amainando las comparaciones porque empiezas a disfrutar con gusto ese nuevo sabor, comienzas a sonreír como niña ante esa formación de nubes distinta, tan peculiar que pareciera que olvidaste estratos y cirros con olor a tamarindo.

Oh, Miami!

Caminas por calles hechas para adecuar los espacios pero no para invitar a paseantes. Vives por el auto, te trasladas en otra tracción que no es la de tu sangre fluyendo tras tus piernas curiosas de millas. Esas que siempre te llevaban a nuevas rutas en tu país pequeño... porque ahora lo llevas guardadito y todo resulta un poco disminuido.

Te acostumbras... Y te lo preguntan otros, tan extranjeros como tú, pero más olvidadizos de su terruño: "¿Ya te acostumbraste aquí?" en un sonsonete gracioso con risita a juego. Y tú respondes con una mueca que es un amago entre frustración y nostalgia, esa enfermedad inclasificable que sufren los que andan en desarraigo.



No hay comentarios: